Les voy a relatar un cuento basado en un acontecer que le sucedió a mi amiga Margarita.
Aquel era un día especial, un 30 de diciembre a punto de finalizar el año, aunque también era un día como cualquier otro en la atribulada realidad que se soportaba en el país donde vivía mi amiga. Ella tenía que dirigirse a casa de una colega psicoanalista, quien le iba a prestar un libro cuando recibió una llamada de su hijo solicitándole su ayuda: Tenía que ir a rescatar un camión accidentado por falta de gasolina. Con mucho esfuerzo y sacrificio y buscando en todos los recovecos posibles, ella consiguió que alguien le facilitara dos tanques con 40 litros de gasolina. Recogió a su hijo y cuando ambos llegaron al sitio dónde estaba el camión accidentado, tuvieron la mala suerte de que en ese momento llegó también la policía y los detuvieron a ambos.
Ahora les narro las 5 horas que pasaron en el comando policial bajo amenaza de prisión.
En un primer momento, la verdad es que nos angustiamos bastante me comentó Margarita, sobre todo por la cara de los policías y porque se notaba que debían conseguir dinero a toda costa, dada la fecha de Navidad y por la situación empobrecida de aquel país donde habitaba mi amiga. Ella pasaba unos días de vacaciones en mi casa y fue así cuando me contó su historia llena de aprendizajes y que ahora comparto con ustedes. Para comprender su realidad, ella comenta: “es necesario vivir en mi país…”
Quizás por esa razón, intento escribir este relato que quisiera le llegara a la gente y entendieran cuán difícil y cuán contradictorio es vivir en un país cuya naturaleza es muy rica y, sin embargo, no abunda la gasolina, y todo escasea. Un país en donde la policía puede detener a cualquiera con falsos pretextos, de manera arbitraria e ilegal para obtener dinero a como dé lugar.
El caso es que los policías que los detuvieron pidieron la documentación a mi amiga y a su hijo, la cual estaba en regla. Pero, impávidos les dijeron “ustedes tienen que ir detenidos porque es un delito transportar gasolina en una camioneta; necesitan una autorización especial de la fiscalía, además de otras instituciones”. El hijo de mi amiga replicó, pero, ellos insistían en que era ilegal y que debían ir detenidos. Entonces, uno de ellos le dijo a mi amiga: “bueno señora, usted sabe, nosotros tenemos unos sueldos un poco bajos y necesitamos plata, si usted nos ayuda con algo, nosotros la ayudamos también con algo”. Por buena o por mala suerte, sólo tenían 20$ entre ambos, y se los ofrecieron. Y oh sorpresa cuando el policía respondió: “no, yo con 20$ no hago nada, nosotros somos cuatro aquí, necesitamos por lo menos 500$ – 600$, menos de eso yo no le recibo nada”.
Cuando les dicen eso, su hijo se defendió, pero en la medida en la que él argumentaba su defensa, los policías les increpaban más, se ponían más molestos y los agredían verbalmente. Ambos se sentían impotentes, disminuidos, y cada vez más angustiados.
Margarita me contó “tragué amargo, tragué duro, porque la verdad es que se me subió la rabia a la cabeza; pero me quedé pensando para evitar un acting o dramatización, y le pregunté al policía cuál era entonces la solución que proponía”. Les reiteraron que debían llevarlos al comando y dejarlos detenidos, a lo que ella le respondió: “bueno, nos vamos todos al comando porque la camioneta no te la vamos a dar a ti y tampoco los papeles que les exigían”.
Ella continúa relatando su historia: “cuando llegamos a la comisaría me impactó la escena porque todos los policías presentes estaban tomando whisky y ron, celebrando la Navidad”. Al bajarse de la camioneta de mi amiga, el policía que los llevó dijo: “bueno, un permiso, que voy a hablar con el jefe a ver cómo resolvemos el problema con ustedes”. Margarita y su hijo permanecían en un rinconcito acoquinados, angustiados, y con mucho temor, mientras observaban el diálogo en curso. El hijo de mi amiga les planteó que iba a hacer una llamada telefónica, la cual le prohibieron hacer. Él insistió en su derecho, pero no se lo permitieron
Entre tanto, ella hablaba, empleando la palabra, porque lo más grande que podemos tener nosotros es el uso de la palabra en conjunto con la empatía. Cuando el policía le dijo: “mire, su hijo queda detenido, le vamos a poner los ganchos y pasará la noche aquí, probablemente mañana se llevará a fiscalía y allá se decidirá cuánto tiempo le darán de prisión”, la madre lo interrumpió proponiéndole pagar una multa en lugar de prisión, pero el policía le reiteró que lo que estaban haciendo era un delito que ameritaba cárcel, y que cobrar una multa era ilegal.
Ella le respondió en un tono más alto: “bueno, si él se queda preso, yo me quedo presa también. Nos meten presos a los dos. Pero eso sí, yo quiero decirle a usted que yo soy hipertensa, y si a mí me da un infarto por estar esta noche aquí y por la rabia que yo siento de ver este país en las condiciones en que está, usted va a ser culpable y responsable de mi muerte”. Cuando Margarita les habló así, el tipo bajó la cabeza y le dijo: “bueno, déjeme hablar con mis otros jefes”.
Mientras, ella escuchó casualmente una conversación de otra persona que estaba cerca, a quien le sucedía algo similar. La persona afirmaba que el artículo “tal” de la ley enunciaba que se podían transportar hasta 40 litros de gasolina, que era justamente lo que ellos llevaban. En lo que ella escuchó esa conversación se acercó al jefe y le manifestó lo que acababa de escuchar, entonces él se quedó callado, y se retiró para reunirse con los otros policías. Se quedaron cuchicheando un largo tiempo.
Me comenta Margarita que ella continuaba elaborando en su mente toda la situación, y se le ocurrió identificarse con ellos, ponerse en su lugar y hablarles en su mismo lenguaje. Es decir, ella entendió que había que practicar la empatía. Tomó consciencia de la gran necesidad de supervivencia que tenían y decidió dirigirse a ellos apelando a la reflexión, sin enojarse, y les manifestó lo siguiente: “en realidad yo los entiendo, porque con esos sueldos miserables que ustedes ganan, así como ocurre con todos los ciudadanos comunes, tenemos todos que luchar para sobrevivir e imagino que la familia de ustedes debe pasar muchísimo trabajo”.
Margarita agregó: “sin embargo, ustedes tienen que comprender que el problema no somos los ciudadanos, es el sistema que tenemos, son las personas que están por encima de usted los que gobiernan, quienes sí disfrutan de enormes cantidades de dinero porque especulan, se aprovechan, extorsionan, y ustedes, en medidas muy pequeñas, comienzan a hacer lo mismo, pero, en resumidas cuentas, sus familiares están empobrecidos y ustedes están empobrecidos también. Por eso en cierta forma yo los entiendo y no los juzgo”.
Cuando Margarita les habló de esa manera, el policía bajó el nivel de agresividad y reconoció que era verdad, que le daba mucha vergüenza, pero que él tenía una familia que estaban pasando hambre. Buscando hacerlo reflexionar, ella le expresó: “bueno, aquí lo que tenemos que hacer es unirnos, ustedes y todos los ciudadanos, y luchar contra quienes nos explotan, darnos cuenta de dónde vienen y en dónde se encuentran las causas de lo que padecemos. Vean cómo viven los jefes de ustedes y pregúntense: ¿quiénes administran nuestros bienes?, ¿son los jefes de ustedes los que nos gobiernan a todos?”
El policía le respondió: “Bueno, señora, es verdad lo que usted dice, déjeme hablar con mis amigos” y aquello produjo un cambio radical entre ellos. Ella podía escucharlos decir: “la señora tiene razón, así no podemos seguir…” hasta que uno de ellos se le acercó, le dio las llaves de la camioneta y les recomendó que se fueran derechito a la casa para que no fueran detenidos por otro oficial. Por último, les pidió los 20$.
Margarita termina diciendo: “más que rabia yo sentía un dolor profundo ante una situación tan indigna como ésa”. Había practicado la empatía.
Pienso que el hambre los impulsa a vivir y realizar estas distorsiones en medio de un país emp0brecido, destruido. Sin embargo, si los ciudadanos toman consciencia y entienden lo que está pasando, de pronto, moviendo las conciencias y removiendo a los cuerpos de seguridad que están en contacto con la ciudadanía, quizás se puedan alinear unos con otros y quizás podrían realmente salir de esa situación tan triste que están viviendo.
Es bueno recordar que la empatía es una capacidad que poseemos los seres humanos de comprender y compartir los sentimientos de los otros, nos permite ubicarnos y ver las cosas desde la perspectiva del otro y esto fue lo que practicó Margarita al reflexionar sobre los policías, utilizando como instrumento la empatía cognitiva, la cual implica ponerse en el lugar de la otra persona para poder entender cómo piensa con el fin de comunicarnos mejor. También existe la empatía emocional cuando se da una conexión emocional entre dos personas y, por último, la empatía solidaria que no solo comprende la situación del otro, sino que también se preocupa y hace algo para mejorar lo que ocurre.
Mi amiga pudo practicar con naturalidad la empatía porque es psicoanalista y esa es una cualidad que debemos desarrollar en esta profesión.
Para finalizar, les confieso que su relato me conmovió profundamente porque la quiero mucho, pero, además, porque en Venezuela, donde vivo, ocurren aconteceres muy similares. Creo que, en general, el mundo transita por muchas dificultades y tribulaciones ante las cuales los humanos no sabemos qué hacer ante este confuso vivir; por esta razón pensé oportuno compartir esta vivencia que, a la vez, me dio fuerzas para no permanecer de brazos cruzados y seguir luchando por un futuro libre, equitativo y empático.
Eneyda Briceño
Nota sobre la autora:
Eneyda Briceño es psicóloga clínica, egresada de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y es psicoanalista. Es miembro de la Asociación Venezolana de Psicoanalista (ASOVEP), de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA, por sus siglas en inglés) y de la Federación Psicoanalítica de América Latina (FEPAL). Tiene experiencia en docencia en el Hospital Universitario de Caracas – UCV y en el Instituto de Psicoanálisis. Actualmente ejerce su profesión de psicoterapeuta y psicoanalista.