Psicoanálisis y Fotografía son dos quehaceres que me acompañan desde hace unos cuantos años. El primero, en dedicación diaria como profesional y el segundo con la pasión de una aficionada. Esta valiosa oportunidad de pensarlos para aproximarnos a ellos desde el vértice y las luces que la disciplina del Psicoanálisis me brinda se ha convertido en una tarea estimulante, comprometedora y muy placentera.
Vamos a partir de los orígenes de cada una de ellas, de la etimología de las palabras que las definen.
Psicoanálisis viene del griego psyhke, es decir, alma o mente y analysis que significa estudio, examen.
Psicoanálisis es la búsqueda de la verdad-realidad en el alma de quien se entrega a descubrirla y pensarla. Se trata de desarrollar la capacidad de pensar pensamientos y emociones. Pensar la realidad interna y la externa.
Fotografía viene del griego phos, que significa luz y grafe, que quiere decir escritura. Definir el concepto, para mí, se convierte en acto poético: escribir con la luz, escribir con imágenes.
Un fotógrafo muy conocido y respetado, Cartier Bresson, define la tarea del fotógrafo así: “Fotografiar es colocar la cabeza, el ojo y el corazón en el mismo eje”. De manera que se trata de una faena exigente y comprometedora. Por lo tanto, concebida así, tanto los psicoanalistas como los fotógrafos pisamos el mismo terreno.
Una vez definidos en lo esencial estos dos complejos temas, intentare primero exponer las ideas que me vinieron a la mente mientras pensaba, indagaba y nadaba en estas dos aguas profundas e inconmensurables.
Me voy a referir esta noche a la Fotografía como medio de expresión del fotógrafo, por lo tanto, como una experiencia que abre las puertas al descubrirse y conocerse a sí mismo. El universo de las imágenes fotográficas no conoce fronteras. El alma humana es infinita. De manera que para acercar estos dos temas afinaremos nuestra mirada y nos quedaremos en ese territorio.
Vamos a enfocarnos primero en lo que considero el punto donde convergen: la mirada.
Los analistas y los fotógrafos miramos. La mirada, como experiencia perceptivo-sensitiva nos sitúa ante lo que es para cada uno nuestra búsqueda. El analista mira y escucha a su analizando. El fotógrafo mira, graba y escribe con imágenes lo que pretende tomar y registrar.
Estas dos miradas se fraguan en vínculos entretejidos con hilos finos que hacen de esas experiencias una situación compleja y profunda, para quien se entrega y las vive a plenitud.
En el vínculo analista-analizando, se trata de mirar. Mirarse y ser mirado transitando esa vivencia de descubrirse y conocerse a sí mismo. El fotógrafo, mira y registra, captura lo observado a través de su propia mirada utilizando un instrumento que lo acompaña en ello: la cámara.
¿Qué otro elemento nos une? Nos une también la luz, como elemento inmaterial. En la fotografía y en el Psicoanálisis la luz es esencial.
En la primera se requiere de un medio sensible a luz para capturar la imagen deseada, en los tiempos de hoy, se necesitan sensores y memorias digitales.
En la experiencia psicoanalítica, el instante de la iluminación del pensar es fundamental para poder acercarnos a la verdad-realidad del analizando. En ese instante, si nuestra observación y lo captado se aproxima con algo de certeza a un trozo del alma del analizando se produce una revelación. Otro punto de encuentro.
Guardando las distancias, es como ocurre en el cuarto oscuro, donde entre químicos y un papel especial se va revelando lo registrado por el ojo y la cámara del fotógrafo. Es una experiencia que parece y se vive como mágica. En la vivencia analítica, cuando se alcanza, resulta profundamente conmovedora. Una verdad oculta, secreta sale a la luz. Se torna, en ocasiones, en una experiencia mística, entendida desde el vértice de “ver las cosas realmente como son, sin tapujos”.
Ambos momentos pueden ser verdaderamente trascendentales para los comprometidos seriamente con la tarea.
El analizando y el fotógrafo se descubren y se conocen a sí mismos inmersos en esa vivencia. Esto, por supuesto, si así lo deciden y se entregan a ella.
Otro elemento que nos une es el uso de las imágenes. La comunicación de lo que se siente, en muchas ocasiones, se hace sumamente difícil y compleja. En este punto, lo expresado por el analizando y el fotógrafo confluyen en algunos momentos. Se hace uso de las imágenes para poder decir lo que se quiere que llegue a la persona que escucha o mira.
Las imágenes, en numerosas oportunidades, comunican más que las palabras que, muchas veces, “se quedan cortas”. Las imágenes imprimen la emoción de lo que se quiere expresar. Por ejemplo, una chica que quería que yo entendiera su vivencia de libertad y autonomía cuando logro salir de la casa de los padres y mudarse sola a su primer hogar propio, me pregunta si sé montar bicicleta y que si yo había aprendido con la de cuatro ruedas. Una vez que ratificó que me había ubicado en la experiencia a través de la imagen me expresa: “Lo que hoy siento es lo que sentí cuando pude manejar mi bici sin las ruedas traseras. Sentir el aire en la cara y lograr el equilibrio suficiente como para no caerme de ella.” ¿Es que acaso hacen falta palabras para entenderla? Las imágenes transformadas en metáforas. Los analistas las usamos también para interpretar, cuando la luz nos ayuda y se torna pertinente.
Las fotografías en registros físicos y digitales también convergen en el espacio del vínculo analítico.
En todos estos años de experiencia innumerables álbumes de fotos he sostenido en mis manos y recorrido con el corazón. Familias, parejas, viajes, bodas y, pare de contar, que urge sean incluidos en el vínculo y los hallazgos que allí emergen. Hoy en día son Ipads, Iphones, tablets los que recogen los personajes, las vivencias y los espacios que los analizandos necesitan incluir en la experiencia para comunicarse cuando las palabras no alcanzan. Por ejemplo, una pequeña foto arrugada y color sepia, donde podemos ver a una preciosa y coqueta niña con guantes, vestido con lazos, una pequeña carterita y una espléndida sonrisa, quien muy orgullosa y feliz posa al lado de su padre. Esta foto fue una vía expedita para el rescate de lo femenino y del amor del padre en una mujer adulta que por muchos años los había sepultado, a ambos, en lo más profundo de su ser.
De manera que, como pueden ver, el analista observa y escucha con detenimiento y dedicación, no obstante, el objeto mirado es el alma humana, es un ser humano y, el instrumento también lo es, se trata del analista, su mente y su alma. Es una tarea muy compleja, delicada, difícil y de una inmensa responsabilidad. Razón por la cual la realizamos desde el vértice científico que nos provee el primer paso del método de la ciencia, la observación, cuya etimología nos sitúa en el centro de su esencia como método de indagación. Viene del latín ob, que significa hacia, en camino de y servare, quiere decir, tener, guardar. Es decir, observar significa “hacia el camino de guardar, de tener”.
Lo que observamos los analistas son las evidencias. Evidencia, proviene del latín y significa ver fuera de uno. Esa es nuestra tarea: “Ir en camino de guardar lo que miramos fuera de nosotros, es decir, mirar y escuchar al otro”. Significa ver fuera de uno. No nos corresponde, en absoluto, vernos a nosotros mismos. Si algo en nosotros es tocado por lo que el analizando esta expresando, corresponde identificarlo, guardarlo como propio y hacer silencio, dando oportunidad para volver a conectarse con la vivencia del otro, del analizando.
El otro, el analizando, necesita y quiere ser mirado, ser escuchado y acompañado en ese intenso camino que recorre. Corresponde pensar lo mirado, eso significa pensar los pensamientos y los sentimientos que encierra esa mirada.
¿Qué quiere decir pensar en términos psicoanalíticos?: se trata de pensar lo que emerge en una mente en plena experiencia analítica. Pensar lo que forma parte de su vida, de su cotidianidad: la tristeza, la rabia, el dolor, la desesperación, la impotencia, el miedo, las fantasías, la ternura, el amor, el desamor, la envidia, la pérdida, el vacío, la soledad, la alegría, la esperanza, las dudas, los recursos, los talentos, las limitaciones, las decisiones, las experiencias tempranas de la vida. Todo lo que conforme la realidad de esa persona en ese instante de íntima aproximación. Allí acontece el intenso acto de la revelación cuando alcanzamos un descubrimiento trascendental.
La realización de la tarea analítica requiere y exige mucho de la persona del analista: autoconocimiento, tolerancia a la frustración, toneladas de paciencia, capacidad de observación, sensibilidad, capacidad para tolerar el dolor y mucho más. Todo esto además de años de estudio permanente de la disciplina.
Sobre todo se requiere de la capacidad de brindar un lugar en el vínculo que se ha de forjar con ese ser humano que se entrega a la experiencia, es decir, darle cabida a su ser en toda su plenitud.
Se trata de mirar y escuchar sin nada que sature nuestra mente para poder registrar lo mirado con lo que sería el análogo en lo mental de nuestros sentidos: la intuición. Lo que se intuye, el analista lo piensa, lo digiere y una vez digerido (cuando se logra) lo pone en palabras y lo devuelve al paciente a quien le corresponde sentirlo y pensarlo, desarrollando su propia capacidad para ello y, paso a paso, ir conociéndose a sí mismo y al mundo que lo rodea.
Como vemos es una experiencia enriquecedora, intensa y difícil que despeja el camino del crecimiento cuando se consigue transitarla responsablemente.
Freud dijo: “Y no debemos olvidar que la relación analítica se basa en amor a la verdad, es decir, en reconocimiento de la realidad, y que excluye cualquier tipo de farsa o engaño”. (Construcciones en Análisis. 1937) La mentira no tiene cabida en un análisis exitoso.
De manera que en Psicoanálisis, partimos de estas premisas: la mente existe. La mente crece. Y la mente necesita alimentarse para existir y crecer. Ese alimento es la Verdad y la Verdad es la realidad.
Pensar en el Psicoanálisis y la Fotografía, como dos quehaceres tan inconmensurables, intensos y profundos como la vida misma, ha sido una gran experiencia.
Dalila Irizarry de Díaz
Nota: Tomado de la conferencia dictada en el marco de la exposición de Don Ungaro, titulada Maine, en el Taller de Fotografía de Roberto Mata. Junio 2014. Fotografía de Fabiana Díaz.
Nota sobre la autora: Dalila Irizarry de Díaz es psicólogo de la Universidad Católica Andrés Bello, psicoanalista de niños, adolescentes y adultos de la ASOVEP (Asociación Venezolana de Psicoanálisis).Miembro en función didáctica del Instituto de Psicoanálisis de la ASOVEP. Miembro de la IPA y de Fepal (Asociaciones Internacional y Latinoamericana de Psicoanálisis). Profesora del la UNIMET en el área de Extensión y Educación. Diplomatura en la Edad Temprana. Dedicada por muchos años al trabajo en el área de Prevención de la Salud Mental, trabajando en Maternales, Colegios e Institutos con padres, maestros y personal administrativo de los mismos.