Esta conferencia fue presentada en la XLV Jornadas Sigmund Freud celebradas por la Asociación Venezolana de Psicoanálisis (ASOVEP) el 24 de mayo de 2025
Agradezco a la Junta Directiva la invitación para participar en tan especial evento como son nuestras Jornadas anuales, Sigmund Freud. Merecido homenaje al padre de nuestra disciplina y a su legado.
Desde el mismo momento en que escuché el tema que hoy nos reuniría sentí el peso del reto y, a la vez, el estímulo instantáneo para pensarlo, revisarlo e iniciar el profundo recorrido en el que me ha sumergido.
En estos momentos tan complejos que atravesamos, permeados de emociones de difícil y, hasta imposible, digestión mental, reflexionar acerca de la felicidad se convirtió en una tarea seria y de alta exigencia. De inmediato pensé en la importancia de realizarla, precisamente para rescatarla y preservarla en nuestro diario vivir.
¿Qué es la felicidad? Lo primero que hice fue indagarlo en la mente de algunas personas de diferentes edades a modo de primera aproximación.
Veamos qué dijeron:
“Para mí la felicidad es compartir con la gente”. Hombre, 36 años.
“Un sentimiento bueno…cuando estoy haciendo algo que me gusta mucho o estoy con la gente que amo”. Una Adolescente, 15 años.
“La felicidad no es un estado perenne… Son momentos que van haciéndome sentir plena y la energía fluye. Y sobre todo vivirlo con la familia”. Mujer, 61 años.
“Haber llegado a la edad que tengo y disfrutar de la familia cada vez que puedo”. Mujer, 84 años.
“La felicidad no es una meta. Es el camino:” Hombre,38 años.
“Mi familia es la felicidad porque me cuidan mucho y lo siento en mi corazón. Mis amigas y mi casa me dan felicidad”. Niña, 7 años.
“Podría decir mil cosas que me hacen sentir feliz, pero creo que SER feliz es estar en paz, aún sin esas cosas”. Mujer, 64 años.
“Sentir mi cuerpo y mi alma acompasados caminando al aire libre y escuchando ‘Entre dos aguas’ de Paco de Lucía. Eso es para mí sentirme viva y plena, eso es felicidad”. Mujer, 45 años.
“No sé la receta de la felicidad, pero lleva gratitud y mucha fe”. Mujer, 41 años.
“Son muchos los momentos en que me he sentido feliz. La felicidad ante los logros de los demás, ante mis propios logros y celebrarlo. La felicidad de ser madre y ver a mi hijo crecer…entre muchos otros momentos felices de mi vida”. Mujer, 48 años.
“Felicidad es lo que siento en cada abrazo de un ser querido. La más profunda es la que siento en los abrazos de mi hija”, Mujer, 44 años.
“La felicidad es sentir paz dentro de mí”. Mujer, 62 años.
Creo que este paseo por las distintas versiones de felicidad nos sirve de aperitivo para iniciar este recorrido.
Entre las innumerables ideas que vinieron a mi mente mientras me sumergía en el tema afloró una canción de los brasileros, que desde su valiosa dotación para la música y la intensidad emocional que los caracteriza, nos regalan unas frases que nos ilustran tan difícil y controversial concepto. La canción dice así:
“La felicidad es como una gota de rocío en un pétalo de flor. Brilla tranquila después de un ligero movimiento y cae como una lágrima de amor.
La felicidad de los pobres parece la gran ilusión de carnaval. Trabajamos el año entero por un momento de sueño para hacer la fantasía de rey o de pirata o jardinera para que todo termine el miércoles.
Tristeza no tiene fin. La felicidad sí. La felicidad es como una pluma que el viento va elevando por el aire, vuela tan ligero y tiene vida breve. Necesita viento sin parar…
Tristeza no tiene fin…felicidad sí.”
Como podemos ver la felicidad tiene infinitas versiones, tantas como seres humanos que la albergan. No obstante, destacan elementos comunes: la felicidad vivida como momentos, instantes, permeada por la unión que genera el amor, por lo alcanzado a través del esfuerzo y el compromiso. Lleva disfrute, placer, bienestar, alegrías, risas y, a veces, lágrimas. La felicidad, como podemos ver, toca las fibras profundas del alma, para quien así se lo permita. Son momentos que se atesoran como joyas de metales preciosos.
Para mí el camino hacia las vivencias de felicidad se transita PENSANDO. Pensar es la esperanza de alcanzar la felicidad. Intentaré sustentar lo expresado iluminando el momento en que aparecen los primeros retoños del pensar en la incipiente psique de un recién nacido.
La más valiosa dotación que albergamos los seres humanos son la capacidad de SENTIR y la capacidad de PENSAR. Sin ello no hay posibilidad de vida mental. Por lo tanto, sintiendo y pensando lo sentido, abrimos el espacio para que florezca la felicidad, cuando y cuanto sea posible.
Las primeras y esenciales experiencias de ser acogido, abrazado, alimentado física y psíquicamente y sostenido con amor, en el mejor y más afortunado de los casos, van a ser vitales para que se fragüe, paso a paso, el inicio de la capacidad de pensar. El recién llegado al mundo necesita ir registrando con sus sentidos todas y cada una de esas vivencias para poder realizar una de las tareas más difíciles y, a la vez, imprescindible para la vida, que es ESPERAR. Recordemos aquí que la noción de esperanza deriva de esperar. Al recién nacido le toca echar mano de lo que ha olido, degustado, palpado, oído y visto para poder emprender la faena de esperar por “eso que le calmó lo que sentía y que le urgía satisfacer”. En esos instantes es donde se da la maravillosa experiencia de usar todos sus recursos para poder alcanzar la gratificación de su vital necesidad. Empezará a emitir los sonidos guturales que pueda, llorará, moverá sus piernas y sus brazos, es decir, se hará sentir avisando la urgencia que lo ocupa: calmar su hambre.
Es en la ausencia donde se gesta el PENSAR. Cuando lo que necesitamos no está presente y tenemos que irlo registrando y llevándolo desde afuera hacia dentro. Lo material, la leche alimenta su estómago hambriento. Lo inmaterial, el amor o el desamor que acompañe esa experiencia se va incorporando en el germen de psique del bebé. Es un proceso que se va configurando lentamente, paso a paso, que esta impregnado de muchos elementos que harán de la experiencia algo posible, que requiere de un gran esfuerzo y es una tarea altamente exigente para el recién nacido. Se necesitan las primeras experiencias de satisfacción para poder lidiar con la ausencia.
Aquí entra en juego lo que se trae en ese vital “sorteo de la vida” que se llama genética, los padres que lo gestaron y lo reciben, la atmósfera cercana que lo rodee, lo que cada uno alcance a realizar con lo que la vida le va otorgando dentro de la complejidad que caracteriza la existencia.
En ese sorteo genético nos viene otorgado el color de los ojos y la piel, la talla que tendremos, la inteligencia a desarrollar, el talento para la música, también las limitaciones, además de todo lo que nos conforma como seres humanos. Así también es parte de esa dotación la capacidad de amar y la capacidad de odiar.
Amar y odiar y el abanico de sus diversas emociones poblarán nuestro diario vivir. La intensidad y la cualidad de cada una de ellas configurarán la propia existencia.
Amar la vida que nos fue ofrecida, sentirla y disfrutarla abre el camino de las oportunidades de gestar los momentos de felicidad. Del amor nace la ternura, los cuidados, la alegría, las caricias, la compasión, la paciencia, los gestos amorosos, la posibilidad de conmoverse ante la belleza, el disfrute en toda su extensión. Así también de la capacidad de amar nacen elementos esenciales de la mente como el respeto y la responsabilidad, ingredientes fundamentales del crecer.
Las distintas definiciones de felicidad que recogí para introducir el tema tienen como componente común el amor. La sensible y profunda escritora y poeta surcoreana Han Kang, ganadora del premio Nobel de literatura 2024, nos regala una hermosa manera de pensar y sentir el amor. Muy temprano, a los 8 años, había escrito sus primeros poemas y, uno ellos, dice así:
“¿Dónde está el amor? Dentro de mi pecho palpitante. ¿Qué es el amor? El amor es el hilo dorado que nos une”. Han Kang 1979.
Vincularnos desde el amor, con nosotros mismos y con el OTRO y lo OTRO, se torna vital para una existencia sana.
Como antes comenté, no albergamos solo amor en nuestra psique. El odio y la capacidad de odiar forma también parte de ella. Es importante entender que es absolutamente necesaria la fuerza agresiva para la vida. Para defendernos y protegernos. Es una alquimia particular que se va tejiendo en nuestro mundo interno y que matizará nuestra manera de ser y estar en el mundo.
Cuando predomina el odio, en sus diferentes manifestaciones, rabia, rencor, resentimiento y la envidia como su máxima expresión, es otro el escenario. Se torna cuesta arriba la vida, más aún, se esfuma la posibilidad del sosiego y la tranquilidad. Albergar odio en altas intensidades y donde prevalezca cualitativamente lo maligno deja cancelada la posibilidad de pensar. Saturados de odio no podemos usar la mente para pensar. El odio solo sirve para ser expulsado. Una especie de volcán en erupción. Odiar se convierte en la peor cárcel de la existencia.
Retomemos a nuestro pequeño recién nacido. Le tocará descubrir la difícil experiencia de la frustración. Cuando algo que necesita o quiere no está presente. Es en este punto donde podemos observar si ese bebé viene con lo que hace falta psíquicamente para emprender esa ardua tarea. La tolerancia a la frustración. El ingrediente mental que lo sostendrá mientras libra esa compleja cruzada. Cuando prevalece el odio, infortunadamente, se carece de ese ingrediente, se es intolerante, impaciente ante la vivencia de frustración y lo que ella exige. La frustración despierta desde molestia hasta ira en su máxima expresión. El recién nacido necesita brazos amorosos que lo contengan y sostengan psíquicamente para transitar esa experiencia. La vida conlleva frustración. El NO surge de la vida misma, de la REALIDAD.
En este contexto tenemos dos caminos: evitar la frustración o modificarla. Evitarla es el camino fácil, empobrece la mente. No se usa la mente para pensar. Modificarla implica tolerarla, enfrentarla y transformarla, cuando se cuenta y se bien usan los recursos y la creatividad para alcanzarlo. Se usa la cabeza para pensar lo que corresponde pensar: lo que se siente internamente y la realidad externa, la VERDAD.
Es aquí donde surge la importancia de los padres y sustitutos emergiendo como figuras de autoridad. La autoridad que se edifica sobre los cimientos del respeto y la responsabilidad que, a su vez, otorgan las esenciales vivencias de confianza y seguridad que los hijos necesitan para la vida. Si no los portamos dentro de nosotros no podremos brindarla a los hijos. Estamos hablando de padres que desde allí acompañen al hijo en la tarea de conocerse y crecer. Allí se gesta la existencia. Y es desde allí donde se ponen los límites y la contención que hace falta para pensar y evolucionar. Padres señalándole al hijo el cauce para que fluya con su propia energía.
La realidad que hoy se vive en el mundo, infortunada y tristemente, está salpicada de sangre. La violencia brota en todas sus expresiones. Desbordada. Homicidios, suicidios, asesinatos.
La “felicidad barata”, la del mínimo o ningún esfuerzo, la de la estafa de la búsqueda de reconocimiento y bienestar, carente de la posibilidad de ver y asumir la realidad, la propia y la que le rodea, además del reino de “hago lo que me da la gana”, nos lleva con urgencia como padres a tomar conciencia de lo imprescindible que se torna la puesta de limites sanos, con firmeza y contundencia, como claro norte en la brújula de la crianza.
Pensar se convierte en el instrumento más valioso en medio de este caos y maraña de lo destructivo que trata, a como lugar, de constituirse en un imperio del horror.
Pensar e invitar a pensar a nuestros hijos se convierte en el camino hacia la construcción de una vida donde pueda tener cabida la esperanza y la felicidad.
Es alcanzar a brindarle al hijo las posibilidades de SER, de conocer sus recursos, sus limitaciones y el esfuerzo y la voluntad como componentes fundamentales para conseguir lo que se desea y, con ello, crecer. Descubrir su capacidad de vivir y su fuerza agresiva sana, así como también su capacidad de odiar y su capacidad de contener su odio. Todo ello lo conduce a descubrir sus propias alas, desplegarlas y conocer la vital experiencia de volar con LIBERTAD.
Para cerrar me gustaría compartir una de mis propias vivencias de felicidad que además nos ilustra de manera hermosa la esperanza en la VIDA. Se trata del paso del invierno a la primavera. Mis registros fotográficos dan fe de ello.
Disfruten además de una imagen que, con solo mirarla, invita a volar: La Victoria de Samotracia. Escultura helenística datada hacia el190 a.C. atribuida por algunos estudiosos al nombre del escultor Pithókritos de Rodas.
Y permítanse tocar el alma escuchando el maravilloso tributo a la ALEGRÍA que nos regala Ludwig van Beethoven en su Novena Sinfonía conocida como Coral.
Dalila Irizarry de Díaz
Nota. Fuente de las imágenes: Dalila Irizarry de Díaz y Picture Alliance/Godong copy
Nota sobre la autora:
La Dra. Dalila Irizarry de Díaz es Psicólogo egresado de la UCAB, Psicoanalista de niños, adolescentes y adultos. Formada en el Instituto de Psicoanálisis de la ASOVEP. Miembro Titular en función didáctica de dicho instituto. Miembro de la IPA y de FEPAL Miembro fundador de la Diplomatura en Edad Temprana, adscrita a la Coordinación de Extensión Universitaria de la Facultad de Ciencias y Arte de la UNIMET. Desde 2004 hasta 2017. Desde 2018 hasta hoy continúa siendo parte del equipo de profesores de la Diplomatura en Edad Temprana dictado a través del Instituto Internacional de Estudios Superiores ÁVILA. Coautora del libro: “Trabajando con los más jóvenes del planeta” que sustenta teóricamente la Diplomatura. Editado por la UNIMET y Editorial Larense. 2006. Autora del libro “Pensar la crianza. Una invitación a crecer juntos”. 2016. Miembro del equipo de profesionales que lleva a cabo el Programa: “Fortaleciendo nuestra identidad institucional” del Banco Venezolano de Crédito desde el 2016 hasta el 2020. Talleres impartidos al personal del Banco y personal docente de Fe y Alegría. Durante más de cuatro décadas se ha dedicado a la prevención de la Salud Mental y la divulgación del Psicoanálisis a diversos auditorios.