Ríos de tinta han utilizado poetas, escritores, psicólogos, filósofos y cantautores para escribir sobre el amor y el deseo sexual. Recientemente, los hallazgos de investigaciones realizadas en el campo de la neurociencia han desplazado al corazón, símbolo de enamoramiento, de su sitial de honor y han revelado, desde su vértice muy particular, que ambas experiencias afectivas residen en el cerebro.
Un grupo de investigadores de las universidades de Concordia en Montreal, Canadá, de Syracuse y West Virginia en Estados Unidos y del Hospital Universitario de Ginebra en Suiza revisaron y analizaron los resultados de 20 estudios diferentes, en los cuales habían evaluado la actividad cerebral de los participantes mientras estos observaban fotografías tanto eróticas como de personas a las que amaban.
La actividad cerebral de los voluntarios fue monitoreada mediante la técnica de imágenes de resonancia magnética funcional (fMRI). Al reunir los datos obtenidos de todos los estudios, los neurocientíficos fueron capaces de conformar un mapa completo de las regiones del cerebro involucradas con el amor y el deseo sexual, el cual demostró dos estructuras, la ínsula y el núcleo estriado, como las zonas de activación de las dos experiencias afectivas.
El estudio fue publicado en la revista The Journal of Sexual Medicine, en abril de 2012.
El mapa del amor y del deseo sexual
La ínsula está conformada por una parte de la corteza cerebral que se pliega profundamente en una zona ubicada entre el lóbulo temporal y frontal. Su porción anterior está relacionada con el cerebro límbico, también llamado cerebro emocional. El núcleo estriado está localizado en el cerebro anterior, cerca de la ínsula.
Los investigadores encontraron que el amor y el deseo sexual activan diferentes áreas del núcleo estriado. La zona que se “enciende” con el deseo sexual también lo hace a partir de otros estímulos placenteros como la percepción de la comida.
El área del núcleo estriado que se activa con el amor está involucrada en un proceso de condicionamiento en el cual ciertas experiencias y conductas (no sexuales) como la empatía y la ternura -al asociarse a la gratificación sexual- adquieren un valor de gran importancia y progresivamente se vinculan intensamente al deseo carnal.
En la medida que el deseo sexual se transforma, progresivamente, debido a este condicionamiento en un sentimiento más complejo, el amor y el sexo se procesan en zonas diferentes del núcleo estriado, pero conectadas entre sí.
Igualmente, los investigadores observaron que la zona posterior de la ínsula se activa con el deseo sexual, mientras que la zona anterior se “enciende” con los sentimientos de amor.
El deseo sexual tiene el objetivo específico de lograr la gratificación y la recompensa a través de las experiencias placenteras sensoriales y motoras, mientras que el amor es un sentimiento más abstracto y complejo, por lo que es menos dependiente de la presencia física del ser amado.
Sorprendentemente, la zona del cuerpo estriado que se activa con el amor es la misma que se asocia a la adicción a las drogas, probablemente, debido a que el amor es un hábito que, según señalan los autores, se forma a partir del deseo sexual en la medida que este es recompensado o gratificado.
Este hábito, generalmente, no es perjudicial, ya que activa diferentes vías del cerebro que están involucradas con la monogamia, la unión de la pareja y la creación de vínculos afectivos.
Los autores del estudio señalan que a partir de estos resultados el deseo sexual y el amor podrían considerarse como experiencias afectivas integrantes de un espectro que evoluciona, progresivamente, desde las sensaciones y manifestaciones de carácter visceral hasta el desarrollo de sentimientos más complejos y abstractos que involucran mecanismos de recompensa, motivación, expectativa y aprendizaje de hábitos.
Dra. Berdjouhi Tsouroukdissian