Nuestra sección Con Lupa ha dirigido, en esta oportunidad, su foco hacia los hábitos del buen dormir que solían tener nuestros antepasados antes del advenimiento de la luz artificial, con la finalidad de comparar los ritmos naturales del reloj biológico con los cambios y trastornos del patrón del sueño y la vigilia, que amenazan, actualmente, la salud y el bienestar de muchas personas.
A principios de la década de los noventa, el psiquiatra Thomas A. Wehr, investigador del Instituto Nacional de Salud Mental (NIMH) de EE.UU., diseñó un experimento en el cual un grupo de 8 hombres sanos fueron expuestos a la oscuridad total durante 14 horas diarias por un mes.
A los participantes les tomó cierto tiempo adaptarse a este esquema. Para la cuarta semana del experimento, los sujetos habían desarrollado un patrón de sueño muy peculiar que impresionó a los investigadores; dormían durante cuatro horas seguidas, luego se despertaban y permanecían en vigilia una o dos horas, para luego volver a dormir, nuevamente, durante cuatro horas más.
El historiador Roger Ekirch, investigador del Virginia Polytechnic Institute en EE.UU., publicó en 2005 el libro At Day’s Close: Night in Times Past, producto de casi 20 años de investigación sobre la “historia de la noche”. Sus hallazgos revelaron que antes de la llegada del alumbrado a las calles y hogares, los humanos solíamos dormir en dos bloques o segmentos distintos, separados por un período de vigilia, al igual que los sujetos que participaron en el experimento de Thomas A. Wehr.
El libro cuenta con más de 500 referencias tomadas de diarios, expedientes judiciales, libros de medicina y literatura como La Odisea de Homero y Los Cuentos de Canterbury, del escritor inglés Geoffrey Chaucer. Además, incluye los hallazgos de las investigaciones realizadas por un grupo de antropólogos durante la década de 1960, que revelaron el patrón del sueño en dos segmentos entre los miembros de una tribu moderna de la zona central de Nigeria.
De acuerdo con los relatos del libro, durante el lapso de la vigilia, entre el primero y el segundo sueño, las personas solía realizar diferentes actividades como ir al cuarto de baño, fumar y hasta visitar a los vecinos. Sin embargo, la mayoría se quedaba en la cama; solían leer, escribir, orar, conversar con sus parejas y con mucha frecuencia tenían relaciones sexuales.
Un manual escrito por un notable médico francés del siglo XVI llamado Laurent Joubert le aconsejaba a las parejas que el mejor momento para tener sexo y concebir no era al final de una larga jornada laboral, sino después del descanso del “primer sueño”, ya que así “podían disfrutarlo más y hacerlo mejor”.
El historiador Craig Koslofsky señala en su reciente libro Evening»s Empire que antes del siglo XVII las calles durante la noche estaban pobladas por gente sin reputación, criminales, prostitutas y borrachos y, por lo tanto, tener actividades nocturnas fuera del ámbito familiar o permanecer despierto toda la noche no estaba asociado a ningún valor o prestigio social.
Las grandes capitales se llenaron de luz
En 1667, París se transformó en la primera ciudad del mundo que exhibía sus calles iluminadas con velas de cera en lámparas de cristal. Después, le siguió la ciudad de Lille ese mismo año, Ámsterdam en 1669 y Londres en 1684. Para finales del siglo XVII, más de 50% de las ciudades y pueblos más importantes de Europa disponían de alumbrado.
Roger Ekirch relata en su libro que las mejoras de la iluminación de las calles coincidieron con la desaparición de las anécdotas y crónicas referentes al primero y segundo sueño, lo cual sugería una transformación de las costumbres. Este cambio se inició en las clases sociales altas que vivían en las ciudades del norte de Europa.
Aproximadamente, a principios del siglo XVIII comenzaron a aparecer los “cafés” (coffee houses), los cuales con frecuencia permanecían abiertos buena parte de la noche. Las personas de buenas costumbres ya no le temían a las calles.
A finales del siglo XIX, el ciclo natural del sueño segmentado era una rareza, gracias, en parte, a Thomas Alva Edison, uno de los inventores que más contribuyeron a transformar la vida del hombre moderno. La lámpara de filamento incandescente que había creado le proporcionó iluminación eléctrica a las ciudades y hogares y, por otra parte, la invención del fonógrafo y del cinematógrafo contribuyó a aumentar las horas de diversión y de vigila nocturna.
La noche pasó a ser glamorosa, mientras que invertir horas acostado en la cama era considerado una pérdida de tiempo.
Los negocios se volvieron más productivos. Las fábricas comenzaron a trabajar toda la noche, con el consiguiente aumento de los trastornos del sueño entre los trabajadores que laboraban durante el turno nocturno.
Para 1920, en pleno apogeo de “los años locos”, el patrón de sueño segmentado había desaparecido completamente en toda la civilización occidental y la mayoría de las personas parecían haberse adaptado a las siete u ocho horas de sueño consolidado.
Cada vez dormimos menos
Hasta finales del siglo XX el sueño no era un asunto del cual nos teníamos que ocupar o preocupar demasiado. Sin embargo, actualmente se ha transformado en un problema de salud pública.
El National Sleep Foundation de EE.UU. recomienda de 7 a 9 horas de sueño diarias para los adultos.
Sin embargo, casi un tercio de los adultos que trabajan en los Estados Unidos, aproximadamente 41 millones de persona, duermen menos de seis horas diarias de noche, de acuerdo con un informe publicado en 2010, por el CDC (Centers for Disease Control and Prevention)
34,1% de los trabajadores que laboran en el área de manufactura y 44% de las personas que trabajan en los turnos nocturnos duermen menos de seis horas al día, en comparación con el resto de los trabajadores.
Aproximadamente, 27% de las personas que trabajan en el área de finanzas y empresas de seguros privados y 42% de los trabajadores de la industria de la minería duermen menos de seis horas diarias, con respecto al resto de los trabajadores.
La cantidad de personas que duerme un número insuficiente de horas ha aumentado 25% desde 1990.
Los dispositivos electrónicos, una amenaza para conciliar el sueño
Probablemente, nadie quiera volver a una época anterior al advenimiento de la luz eléctrica, sin embargo, los intentos de compaginar nuestros ritmos naturales de sueño y vigilia con los retos que nos imponen los avances tecnológicos parecen haber fracasado, especialmente cuando los dispositivos electrónicos como los teléfonos inteligentes y el iPad parecen no despegarse de nosotros.
Por otra parte, la globalización ha impuesto un ritmo desenfrenado en el mundo empresarial, de las finanzas y de los negocios en general. La diferencia de los husos horarios (time zones) entre los países no parece ser un impedimento a la hora de concertar una video conferencia entre personas que viven en países distantes, lo cual, inevitablemente, sacrifica las horas de sueño de algunos de esos individuos.
En pocas palabras, somos parte de una generación “conectada y somnolienta”.
Además de las medidas que cada individuo pueda tomar para mejorar sus hábitos de sueño, los organismos y autoridades encargados de desarrollar políticas de salud pública deberían considerar, seriamente, la implementación de medidas que conduzcan a reducir el impacto de la restricción del sueño en la salud de los niños, adolescentes y adultos.
Dra. Berdjouhi Tsouroukdissian
Próximas entregas
Debido a la relevancia del tema, MiradorSalud publicará, próximamente, varios artículos relacionados con los efectos negativos de la restricción del sueño.
Contenidos relacionados y publicados por MiradorSalud
Dormir menos de seis horas y trabajar de noche se asocia a obesidad y diabetes
Trabajadores nocturnos, a cuidar la salud cardiovascular