El pasado 18 de febrero, desde Dublín, Irlanda, tuve una conversación sobre la neuroepigenética con Xiomara Muñoz, quién asiduamente realiza entrevistas sobre temas que ayuden a las personas. Fue muy agradable y sencilla con el fin de que fuera entendible para todo público. Si desean, es mejor ver el video antes de leer el artículo.
Es importante acotar que, aunque el tema ha sido trabajado en MiradorSalud, todavía falta mucho por profundizar. En la entrevista traté de orientar, mediante un hilo conductor, como viajar desde la teoría a la práctica diaria; cómo las señales del entorno llegan al cerebro y cómo éste las procesa y las traslada a conductas. En esta oportunidad deseo ampliar un poco más el tema.
Parto siempre de que el objetivo de tratar estos temas es el deseo de ayudar a las personas; más específicamente a los venezolanos que deben lidiar con el día a día, manteniendo firme el SER y el YO, sin sucumbir en esa terrible realidad que se manifiesta en una crisis en todos los ámbitos en que nos movemos, situación agudizada por la reciente pandemia. Toda esta situación nos humilla y sofoca. Para lograr mantener la salud mental, ayudaría en este sentido, que trabajemos cómo ver el bosque en lugar de persistir en una explicación acerca de lo qué sucede con un árbol, como se expresó en el video. En otras palabras, no quedarse enganchado con una situación.
Este hilo trata de desarrollar la intercomunicación entre los procesos que ocurren en el cerebro frente a las señales del ambiente que luego conforman una conducta. Esto es lo que llamamos neuroepigenética.
Cómo ya es sabido, la epigenética vincula al ambiente con el genoma y de esta manera cada ser humano es producto de sus genes y de los mecanismos epigenéticos que ocurren cuando el organismo recibe información del ambiente, los cuales modifican las funciones de los genes al activarlos o silenciarlos, pero sin modificar el ADN.
El cerebro es un órgano maravilloso y el más complejo que posee el ser humano, además, de ser lo que lo diferencia de los animales. En el reside la vida, es el responsable del aprendizaje, de la generación de emociones, del comportamiento, de la adaptación a los cambios del entorno, de las funciones ejecutivas, de las emociones. Y todo esto se ha descubierto a partir de la segunda mitad del siglo pasado por la neurociencia gracias al avance de las tecnologías de imágenes cerebrales (neuroimagen).
Durante los primeros años de la vida, el cerebro crece, madura y adquiere las habilidades para aprender. En este tiempo, el cerebro capta y memoriza las experiencias percibidas en su interrelación con el medio ambiente. La función principal del cerebro en los niños es la neurogénesis, por medio de la cual las neuronas se multiplican. Este proceso es crucial durante el desarrollo del embrión, pero, también continúa durante toda la vida.
Las neuronas son excitables, producen impulsos nerviosos (eventos eléctricos) y se comunican entre sí por la sinapsis al procesar la información, formando redes que secretan neurotransmisores y hormonas, entre otros productos neuroquímicos. Esta capacidad, denominada neuroplasticidad, es cardinal durante el aprendizaje y su desarrollo. La práctica de un aprendizaje conlleva a que las redes neuronales, después de un entrenamiento repetitivo, crezcan y crezcan; así es que se aprende y se guarda en la memoria lo aprendido en la familia y en la escuela, por lo que la educación modela el desenvolvimiento futuro de los niños. Esta información se guarda en la memoria para ser utilizada durante la transformación que finaliza en una determinada conducta, sea automática o una que requiera de un esfuerzo cognitivo.
El comportamiento automático, asociado a funciones como repetir, memorizar y obedecer, no requiere que enfoquemos la atención, proceso que hemos llamado “pensar”, sino que solo “se siente y se actúa”. Un estímulo llega a la amígdala, situada en la parte interna del lóbulo temporal del cerebro, la cual es el órgano que controla las emociones que se producen cuando, dependiendo de las redes involucradas en ese estímulo se liberan ciertos neuroquímicos que inducen el comportamiento. Por ejemplo, el encuentro con un tigre, animal peligroso que es en sí una amenaza, hace que se sienta miedo con todas sus manifestaciones (aceleración del pulso, sudor, temblor en las piernas…) por causa de una descarga de adrenalina liberada ante una situación de estrés. Todo esto ocurre debido a la amígdala, responsable de la conducta emocional.
Otra manera de procesar la información, externa o interna, requiere de procesos cognitivos más complejos que ocurren en la corteza prefrontal ubicada en los lóbulos frontales del cerebro. Sus funciones racionales y ejecutivas intervienen, por ejemplo, en la toma de decisiones en función de lo aprendido y almacenado en la memoria. Este proceso si requiere enfocar la atención o “pensar” ante la circunstancia. Aquí hay que contar hasta diez antes de reaccionar y se dice entonces que “pensamos, sentimos y actuamos”. De esta manera, se impide que la amígdala secuestre las emociones y permite que intervenga la corteza prefrontal, como lo señala Daniel Goleman, el autor de la Inteligencia Emocional.
Es importante conocer que cuando no hay estimulación, las sinapsis dejan de funcionar y pueden desaparecer y cuando esta no es regular, las conexiones en redes son débiles y también pueden desaparecer. Es decir, se pierde lo aprendido.
En síntesis, cuando se tienen experiencias y pensamientos conocidos actuamos de manera automática, la conducta es repetitiva y es secuestrada por la amígdala y respondemos emocionalmente sin “pensar”. Cuando las señales son muy repetitivas, las redes estimuladas se tornan más grandes y complejas, eliminando otras redes más débiles, lo que disminuye las posibilidades de cambios en la conducta. En cambio, cuando los pensamientos son nuevos y hay nuevas experiencias, entonces “pensamos, sentimos y actuamos” y la conducta no se repite.
En fin, debemos alcanzar un equilibrio entre la amígdala y el lóbulo frontal, porque, dependiendo de si nuestro hacer es cognitivo o automático, nos hará más flexibles, resilientes, más empáticos y sanos mentalmente, podremos manejar mejor el estrés y los pensamientos positivos tendrán una mayor participación en nuestro hacer o, en el segundo caso seremos inflexibles, no cambiaremos y permaneceremos enganchados a las emociones. De esta manera llegaremos a “Soy lo que pienso – Soy lo que digo” o como dice Mario Alonso Puig “Aprende a decir lo que piensas”.
Esto es un camino de disciplina y requiere de mucha voluntad y de querer hacerlo. Pero, al menos debemos comenzar para enfrentar los tiempos muy difíciles que se avecinan.
Irene Pérez Schael
Nota: Fotografía de Ibrahin Quiroz
2 Comentarios
Lirio
Interesante artículo sobre el funcionamiento del cerebro y como éste moldea nuestra conducta . En la medida que se adquiera conciencia de la importancia de su funcionamiento ,y de los beneficios que a la salud y bienestar emocional proporciona la creación de nuevas redes neuronales , la gente aprenderá a pensar con criterios analíticos su manera de ver su vida y su interacción con el entorno . Es necesario mirar dentro de nosotros para reconocer que pensamientos o mapas mentales nos impiden cambiar y porqué nuestras vidas son lo que son . Somos creadores de realidades . Palabra y pensamiento son la alquimia del mundo . Estamos hechos de pensamientos y palabras .
Mirador Salud
Gracias Lirio. Tú eres parte de este camino y tus comentarios estimulan a pensar.
Abrazos
Irene