Cada día nos preguntamos con sorpresa, ¿cómo ha podido suceder?, ¿por qué estamos en el medio de una pandemia? Y a medida que transcurren días, semanas, meses y ahora años, ese asombro no cede, incluso frente a evidencias contundentes de que este no es un evento inesperado. Muchos años tiene la comunidad científica especializada anunciando la inminente llegada de enfermedades virales con características de pandemia debido al deterioro ambiental y la instauración de condiciones que favorecen la emergencia de patógenos que infectan a humanos debido, por ejemplo, al salto de especie. Como para casi todas las enfermedades emergentes y novedosas, actuamos cuando las tenemos frente a nosotros; es decir, respondemos de forma reactiva a las mismas, en muchos casos demasiado tarde.
La ruptura del equilibrio ambiental debido a desforestación, caza y consumo de animales silvestres, explotación minera, y muchos otros ejemplos, se traduce en un desbordamiento de situaciones difíciles de controlar que resultan en un aumento de la probabilidad de que se instaure una epidemia, o una pandemia, especialmente en un mundo con cada vez una densidad mayor de población -con gran movilidad-, y en el cual solo tenemos conocimiento de máximo, un 1 % de los virus de animales silvestres.
Estas condiciones promueven infinidad de vías de contagio e indican que estamos frente a un reto mayúsculo. Cambiar el paradigma de actuación frente a las enfermedades emergentes es una gran urgencia a resolver; debemos prepararnos para las que vienen. Es una exigencia no solo desde el punto de vista de investigación en los laboratorios, y en el campo para realizar inventarios de los potenciales virus emergentes, sino para remediar las condiciones ambientales que favorecen la transmisión de patógenos a humanos, y para educar a esa inmensa masa de pobladores a nivel mundial en sus derechos y deberes hacia la naturaleza.
La adquisición de conocimiento no sólo por parte de los investigadores sino también de la sociedad, relativa a una enfermedad, especialmente una tan desvastadora como la Covid-19, su prevención y su control, garantizaría la expansión de visiones reflexivas a cada individuo, ciudadano del mundo, transformándolo en un ser crítico y potenciando su participación responsable en la prevención y adherencia a los programas de control de las mismas.
Por ejemplo, durante esta pandemia la acumulación de datos y de evidencias en tiempo real sobre el virus -y la enfermedad que causa-, ha producido una superposición de capas de información que se han traducido en la reformulación de hipótesis a veces con una frecuencia mayor que la que puede ser comprendida por la sociedad.
Más aun, el devenir de la pandemia ha llegado a los medios de información de la boca de los mismos científicos, quienes se han abocado a esos medios de comunicación para exponer y explicar lo que acontece, así como de otras fuentes que en muchas oportunidades crean gran confusión por decir lo menos.
De hecho, el notorio exceso de información dicotómica y la desinformación imposibilita el alcance de la deseada estabilidad emocional que se requiere para salir airoso, como sociedad o nación, de esta aterradora y nunca vista crisis de salud mundial que ha conducido a la casi total paralización del globo terráqueo. Algo inédito en los últimos siglos, y, aunque la ciencia, la educación y la información van de la mano en esta época de emergencia por la pandemia de la Covid-19, la ola de información que se difunde a través de internet concerniente a la pandemia ha generado la denominada infodemia y debemos aprender a combatirla con herramientas contundentes
Pero una emergencia como la de la Covid-19 exige además momentos de reflexión de lo que significa esta pandemia para cada uno, preguntarse sobre sus profundos impactos sobre nuestras vidas y recapacitar sobre sus consecuencias para nuestro futuro. La pandemia sucedió, eso es un hecho real. Y nos llevó a un profundo distanciamiento físico y social.
Por ello, parece importante hablar de temas álgidos como los fallecimientos por Covid-19, que con el pasar de los meses se han convertido en un número más, que cada día revisamos con horror solapado e intentando desviar la mirada hacia otro lado. Son cifras, que se mencionan luego de los números de contagiados, hospitalizados, ingresados en las unidades de cuidado intensivo, recuperados y vacunados. Cada número escondiendo el terror y el sufrimiento de cada grupo y cada persona, pero especialmente el de aquellos que han fallecido solos, la soledad de ellos y de sus familias. Muertes que impactan de forma directa a muchos familiares cercanos (abuelos, padres, hermanos, parejas o hijos), personas que son parte de una crisis sanitaria, social y económica muy amplia, más que la atribuida directamente al coronavirus. Es allí donde el concepto “exceso de fallecimientos atribuidos al Covid-19” cobra una gran importancia ya que su connotación de “duelo mundial” crea una ola de desafíos para la salud general mental de la población. Se menciona que por cada fallecido, aproximadamente unas 9 personas estarían afectadas indirectamente. Y que “después de experimentar la muerte de una relación cercana, los individuos corren un riesgo elevado de sufrir una serie de factores de estrés negativos para el resto de su vida, y una salud más pobre”. Esto sugiere que el tamaño del duelo es colosal. La muerte afecta siempre a los familiares directos. La muerte por coronavirus, suma además que puede ser “repentina e imprevista” comparada con aquella, consecuencia de dolencias prolongadas. Las medidas de confinamiento impiden contar con apoyo familiar y social amplio y el ritual tras la muerte es restringido y austero. Esto se traduce en una epidemia silenciosa de dolor cuyas consecuencias no podemos aun evaluar completamente.
Seguidamente quiero referirme a un tema que afecta a todos, nuestras habilidades sociales. Sentimos una inmensa ansiedad por volver a socializar. Hemos perdido ese “roce” y muy posiblemente el regreso a una vida en sociedad evidenciará nuestra ansiedad, impulsividad, torpeza e intolerancia puesto que hemos perdido, de manera sutil pero inexorable, nuestra facilidad y agilidad de manejarnos en situaciones sociales… nos percatemos o no. Es una sensación extraña y es fundamental reconocerlo y minimizar sus efectos.
Esta pandemia ha demostrado que somos seres sociales, que el contacto físico diario con otras personas forma parte de nuestra fisiología. Aunque estar en tu burbuja puede ser hasta cómodo, la soledad aflora y con ella tristeza, irritabilidad, enojo y letargo. La camaradería casual en todas nuestras actividades cotidianas, esa sonrisa que aflora en los diferentes ámbitos de la vida, es imposible subestimar su valor. Su ausencia conlleva, como mencioné en un artículo anterior, a la perdida de sensación de pertenencia y seguridad al ser parte de una comunidad y disminuye nuestra capacidad de responder apropiadamente a las sutilezas y complejidades inherentes a las situaciones sociales; nos transformamos en seres hipervigilantes e hipersensibles. Falta además saber cómo reaccionaremos en el largo plazo al salir de nuestro confinamiento y ampliemos nuestros círculos sociales. Es inevitable que la gente cambie con el tiempo y, sin duda, después de un evento significativo, como una pandemia, que cambia cada vida de forma drástica y la hace desconfiar de lo que creía conocer. Los valores cambian. Las personalidades se alteran. No somos los mismos.
Pero yo me sumo a la esperanza. Las pandemias son eventos que a largo plazo obligan a la sociedad a trascender el paradigma donde están ancladas para imaginar un futuro diferente. Podríamos usar la pandemia de Covid-19 como un punto de inflexión, una puerta de entrada a ese futuro que queremos construir. De hecho, a pesar de las trágicas muertes, el sufrimiento y la tristeza causada por la pandemia de Covid-19, si hacemos la lectura correcta, este episodio podría pasar a la historia como un acontecimiento que podría permitir el rescate de la humanidad.
Pocas veces en la historia de la humanidad se presentan oportunidades así. Es una opción vivir en la pandemia, llenos de temores y preocupaciones y añorando un pasado que definitivamente no debe volver; o podemos tomarla de la mano y dejarnos guiar por su sabiduría al recalcarnos la urgente necesidad de tomar este momento como punto de inflexión en nuestro comportamiento individual y social y orientarnos hacia un camino sostenible y equitativo.
La pandemia es sólo uno más de los grandes problemas que nos aquejan; el hambre y la inseguridad alimentaria, las crisis políticas y económicas, los procesos de migración forzosa, los problemas de violencia sostenida, la re-emergencia de enfermedades y la continua emergencia de novedosas dolencias podrían calificarse como pandemias silenciosas que agravan, aún más, la situación. Pero también es cierto, que, con esfuerzos concertados, con el conocimiento generado y con las tecnologías adecuadas podemos responder acertadamente a estos males. Están al alcance de la mano debido a la tenacidad y trabajo continuado de los investigadores, científicos y colegas. Parece mandatorio que como sociedad estemos a la altura del desafío de evitar la próxima y posiblemente inminente crisis mundial.
Está claro que la llegada del coronavirus ha conformado un torbellino de sensaciones individuales y colectivas que se han traducido en cambios en nuestra forma de pensar, nuestros sueños y nuestra imaginación y consecuentemente en nuestras posibilidades y acciones. Es una profunda crisis que si queremos puede convertirse en una oportunidad; escoger de qué lado queremos estar; siempre es mejor estar del lado positivo. La pandemia irremediablemente nos pone a pensar en las amenazas adicionales que se ciernen sobre nosotros; la inequidad, las futuras pandemias, el cambio climático, entre otras, pero a diferencia de ocasiones anteriores, tenemos los medios para rescatar nuestras vidas y el futuro.
De hecho, la historia de la pandemia ha demostrado que la humanidad está lejos de ser indefensa. Las epidemias ya no son fuerzas incontrolables de la naturaleza. El trabajo de los científicos ha demostrado que son un desafío manejable. A las primeras de cambio cuando surgió la alarma a finales de diciembre de 2019, pocos días después, a comienzos de enero de 2020, el virus estaba aislado y secuenciado su genoma. En pocas semanas se enunciaron medidas para disminuir la velocidad de transmisión y al cabo de un año se estaban produciendo varias vacunas eficaces. Nunca antes la ciencia y los científicos habían estado mejor preparados para afrontar este tipo de situaciones.
Por otra parte, la pandemia de Covid-19 ha destacado el papel crucial que desempeñan profesiones que con dedicación y entrega están prestas al mantenimiento de la civilización y la humanidad: personal de salud, enfermeras, trabajadores sanitarios, camioneros, cajeros, repartidores.
Tenemos la obligación de imaginarnos nuestro mundo desde posturas que permitan visualizar un espectro más amplio de posibilidades para un mundo posterior al Covid-19. Las palabras clave desde donde comenzar parecen ser “evitable “o “prevenible”, términos que definen escuetamente el problema. La salud, vivir, enfermarse, morir, no son solo expresiones de un destino evolutivo “natural”: son también resultados posibles de evaluar, prevenibles y previsibles, y en gran parte dependen de procesos de decisión de la sociedad. El “derecho humano” al disfrute de la salud es hoy en día una confluencia de tecnología y salud pública como ejes competentes en la implementación de este derecho, una responsabilidad de la sociedad. Sin ninguna duda, la mayoría de los problemas de salud-sanidad hoy en día no tienen que ver con la falta de conocimiento, sino con problemas de acceso a soluciones disponibles.
Cierro este artículo con una frase de un artículo anterior que sigue vigente: En cualquier caso, las decisiones que pueblos y gobiernos hagamos en las próximas semanas cambiarán la faz del mundo donde vivimos. Salud, economía, cultura, etc. Debemos buscar soluciones a corto plazo para paliar la crisis, y simultáneamente diseñar el mundo en el cual queremos seguir viviendo, la herencia de los niños de hoy, principales protagonistas del mundo del futuro. Esta crisis nos da una oportunidad de oro en el marco de los denominados Objetivos de Desarrollo Sostenible, de replantearnos cómo, como humanidad queremos seguir
Alicia Ponte-Sucre
Sobre la autora:
Alicia Ponte-Sucre es profesora titular e investigadora, coordinadora del Laboratorio de Fisiología Molecular de la Cátedra de Fisiología del Instituto de Medicina Experimental (IME), perteneciente a la Escuela de Medicina Luis Razetti de la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Venezuela (UCV), e investigadora visitante en la Universidad de Würzburg, Alemania (en alemán, Julius-Maximilians–Universität Würzburg). Es Miembro Correspondiente de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales (ACFIMAN). Ex-presidenta y Coordinadora del Consejo Consultivo de la Asociación Cultural Humboldt. Miembro fundador y vicepresidenta de la Junta Directiva de la Fundación Universitaria Fundadiagnóstica y está incluida en: The World Who´s Who of Women, 1996, 1999; International Directory of Distinguished Leadership, 1997; Woman of the Year 1997, 2000, 2008; Outstanding People of the 20th Century, 1998; International Who’s Who of Professional and Business Women, 2001, 2003; Top 100 Educators, 2008, Who’s Who in Science and Engineering, 2011.
Imagen de portada tomada de: Cómo ganar la confianza de los stakeholders
2 Comentarios
Ronald Evans
Excelente artículo que merece leerse más de una vez. Felicitaciones a su autora. Dr Ronald Evans
Mirador Salud
Muchas gracias Dr. Evans. Es un honor que me lea.
Estoy convencida de que la esperanza y el optimismo son herramientas fundamentales para superar las crisis, aprendiendo de lo que ellas nos enseñan.
Alicia Ponte-Sucre