La adicción se define como una enfermedad crónica y recurrente del cerebro que se caracteriza por la búsqueda y el uso compulsivo de drogas, a pesar de sus consecuencias dañinas. Es considerada una enfermedad del cerebro porque las drogas cambian su estructura y funcionamiento. Estos cambios pueden ser de larga duración y pueden dar lugar a conductas perjudiciales, a menudo autodestructivas.
Un clásico trabajo en JAMA (Journal of the American Medical Association) en el año 2000, discute el error de visualizar la adicción -tan vinculada a la criminalidad- como un problema social, a ser combatido mediante interdicción y aplicación de la ley, y no como un problema de salud que requiere prevención y tratamiento.
Los autores comentan que los lamentables índices de recaídas (40-60%) de los pacientes tratados por alcohol o abuso de otras sustancias, podrían ser resultado de tratar la adicción como una condición aguda, curable. Por el contrario, debe ser vista como una enfermedad crónica (EC) que aun sin ser curable cuenta con tratamientos efectivos.
En el trabajo en JAMA se compara la drogadicción con EC como la diabetes mellitus tipo 2, la hipertensión y el asma en términos de diagnóstico, heredibilidad, etiología (factores genéticos y ambientales), patofisiología y respuesta a los tratamientos (seguimiento y recaídas).
Se encontró que el cumplimiento de la medicación y las tasas de de recaídas en estas enfermedades son semejantes a las de la drogadicción, y se sugiere que las estrategias a largo plazo de medicación y monitoreo continuo en las EC producen beneficios perdurables, por lo que la dependencia a las drogas debería ser tratada y evaluada como otra EC, incluso contemplada en coberturas de seguros.
El 10 de noviembre de 2013, investigadores de la Escuela de Medicina Icahn de Mount Sinai (Nueva York) presentaron en la Reunión Anual de la Sociedad de Neurociencia en San Diego (USA), un trabajo único -aún no publicado- cuyos resultados aportan información de gran importancia para ayudar a tratar esta peligrosa enfermedad.
Los investigadores estudiaron cerebros de consumidores fallecidos por sobredosis de heroína (particularmente el núcleo estriado que desempeña un rol clave en el abuso de las drogas), y encontraron que el uso de heroína a largo plazo cambia la forma en que la que los genes se expresan en el cerebro, lo que lleva a cambios en la función cerebral. Es decir, se dan perturbaciones epigenéticas a nivel cerebral.
Se encontraron igualmente cambios significativos en la forma en que el ADN era usado en los cerebros, y el grado de alteración del ADN se correspondió con el número de años de adicción a la heroína. También hallaron evidencias que la sobredosis de heroína provoca cambios cerebrales aparte de la adicción, lo que indica que las conductas que llevan a la sobredosis (toxicidad aguda) tienen una base neural distinta de las que llevan al abuso a largo plazo (estado crónico de abuso de sustancias).
Estos temas vienen a colación a propósito de la muerte por una aparente sobredosis de heroína del gran actor norteamericano Philip Seymour Hoffman el 2 de febrero de 2014 a los 46 años de edad, quien después de ser adicto a los 22 años, se mantuvo “limpio” durante 23 años, hasta su fatal recaída. Con esto, Hoffman desafía las estadísticas del National Institute on Drug Abuse (NIH), según el cual un paciente con una abstinencia de 5 años probablemente esté recuperado.
El guionista Aaron Sorkin, quien libra su propia batalla contra la adicción, pide en su obituario para Hoffman que se deje de decir que «murió de sobredosis». «No murió de una sobredosis de heroína. Murió a causa de la heroína. Deberíamos dejar de sugerir que si solo se hubiera inyectado la cantidad adecuada todo habría ido bien». Y añade: «No murió en una fiesta loca ni tampoco estaba deprimido. Murió porque era un adicto cada uno de los días de la semana».
De acuerdo a las autoridades federales de los Estados Unidos, la muerte de Hoffman, lo mismo que la del año pasado del actor canadiense Cory Monteith, y de una gran cantidad de una nueva generación de adictos, jóvenes, desconocidos, desvelan el significativo aumento en el consumo de heroína, el cual consideran que ha alcanzado «proporciones epidémicas» en los últimos cinco años.
Esto va de la mano con un aumento correspondiente en el abuso de analgésicos a base de opiáceos recetados, como la oxicodona y la morfina (fármacos que se usan principalmente para tratar el dolor extremo)
Según la Organización Mundial de la Salud, 9.5 millones de personas en todo el mundo abusan de la heroína, lo que los coloca en un riesgo de muerte de 20 a 30 veces mayor que el de quienes no usan drogas. De acuerdo a la Agencia Americana Antidrogas (DEA por sus siglas en inglés), las sobredosis mortales de heroína han aumentado 45% desde 2006 a 2010, con 3.038 muertes registradas ese último año en los Estados Unidos.
De acuerdo a la DEA, muchas personas que comienzan abusando de la oxicodona terminan consumiendo heroína después que los analgésicos van perdiendo efecto, y los adictos a estas pastillas pueden comprar heroína, que es mucho más barata que los medicamentos recetados en el mercado negro.
La muerte de Hoffman ha producido testimonios desgarradores de personalidades que son adictos, que han logrado mantenerse alejados del consumo conduciendo vidas exitosas, pero que se aterrorizan ante el constante acecho de una recaída que los puede llevar a la muerte. Tal es el de Seth Mnookin en la revista digital Slate, quien es Director Asociado del Programa de Postgrado en Letras del MIT, cuyo libro más reciente es “The Panic Virus: The True Story Behind the Vaccine-Autism Controversy”, y el de Russell Brand, humorista, actor y presentador de radio y televisión británico, en el diario The Guardian, en el que confronta el sistema legal vigente para la adicción.
Para finalizar, el 04 de febrero de 2014, se publicó en Proceedings of the National Academy of Sciences de los Estados Unidos de América, un nuevo estudio realizado por investigadores de la Universidad de Austin, Texas, acerca de la correlación de la actividad del cerebro con la forma cómo las personas toman decisiones.
Los resultados sugieren que cuando los individuos se involucran en conductas de riesgo, como conducir ebrio o relaciones sexuales sin protección, no es probablemente porque los “sistemas de deseo” de sus cerebros son demasiado activos, sino porque sus “sistemas de autocontrol” no son lo suficientemente activos, siendo ambos perfectamente visualizados por RMN. Esto podría tener implicaciones sobre cómo los expertos en salud tratan las enfermedades mentales y la adicción, o la forma en que el sistema legal evalúa la probabilidad de un criminal de cometer otro crimen.
La dependencia de las drogas produce cambios significativos y perdurables en la química y función cerebral, y deben entenderse y conocerse los factores desencadenantes (o «estímulos asociados») como principales factores de riesgo de recaída (alcohol, depresión, entorno).
Entenderlo a través de algunos de estos estudios científicos es fascinante, pero la tragedia humana y el sufrimiento de los adictos es conmovedor. Como dice Russell Brand sobre Phillip Seymour Hoffman: «a pesar de su vida aparentemente maravillosa, de su enorme talento, a pesar de todos los elogios y reconocimientos, a pesar de todos sus amigos y una bella familia, hay una voz predominante en la mente de un adicto que sustituye cualquier razón y esa voz te quiere muerto. Esa voz es el eco incesante de un vacío que nunca se termina de llenar.»
María Soledad Tapia
Maria.tapia@5aldia.org.ve