“La mejor manera de predecir el futuro es crearlo”
Peter Drucker
Inicio mi primer artículo del año hoy 23 de enero, un día de importancia histórica para el desarrollo de la democracia en Venezuela. En este particular día de 2019 somos testigos de un punto de inflexión en el proceso de transición democrática, lleno de incertidumbre, angustia y dificultades. Sin embargo, nos anima la luz del futuro que como venezolanos estamos dispuestos a crear.
Particularmente es un día muy especial para mí. Un 23 de enero de 1968 en Caracas, embarazada de mi primer hijo, me encontraba dentro de la semana estimada del parto. No había tenido señales la noche anterior y al levantarme recuerdo que pensé: quisiera que este niño nazca ya, pero mejor que sea después de hoy para no coincidir con la celebración nacional de los diez años del derrocamiento de la dictadura de Pérez Jiménez. Pero Jorge Manuel tenía otras intenciones y a las 12:30 del mediodía exactamente inicié un trabajo de parto de 3 horas 43 minutos, intenso y corto para una primeriza. A partir de allí mi vida de veinteañera cambió radicalmente iniciando una fase desconocida y retadora, queriendo ser la mejor mamá posible con la preparación brindada mayormente por la naturaleza y consejas familiares.
El proceso socio-cultural de restauración democrática que se está viviendo en Venezuela es un embarazo que ha llevado mucho más tiempo que el esperado. Además, ha sido un recorrido tortuoso, con falsos anuncios de llegada a término. Sin embargo, la gran mayoría de venezolanos siguen luchando por no perder de vista esa luz al final del túnel. Continúan alimentándose de la fortaleza y capacidad de su gente y de la certeza de que los ciclos históricos tienen principio y final, aunque sea difícil precisar los signos de inicio y término.
En estos momentos, aparte de celebrar el cumpleaños de mi primogénito, su evolución y nuevos emprendimientos, me siento personalmente como Venezuela: en vías de alumbramiento. Pareciera que debo reinventarme una vez más después de haber emigrado hace casi 9 años a esta tierra, tan distinta a la nuestra y extrañando mi red solidaria de amigos y colegas.
Dentro de todas estas circunstancias y emergiendo de la hibernación de fin de año, me entusiasmó seleccionar un tema inspirador para el año. En este tiempo carente de certezas, me pregunté qué nos podría ayudar a facilitar este proceso colectivo en marcha, sembrado con nuestras propias transiciones personales. Ratifico mi intención de contribuir con motivos de reflexión que alimenten y multipliquen las muchas antorchas que requerimos, para iluminar este camino hacia el cambio.
Al revisar los artículos que empecé a publicar en mayo de 2014, encontré que mi colaboración con Mirador Salud la inicié justamente con el tema del cambio en el desarrollo personal. Siguieron entre otros: exploraciones de las transiciones, las fuentes energéticas que permiten apoyarnos en tiempos de cambio y cómo propiciar cambios en otras personas. Pareciera que cinco años después se abre un nuevo ciclo propicio para revisitar este tema.
¿Cómo podemos facilitar los cambios colectivos?
A finales del 2014, en mi artículo «Anticipando un mejor futuro» resumí los principios orientadores de tres organizaciones innovadoras, en distintas localidades y áreas de acción, motivadas por la creación de un futuro colectivo mejor. Estos fueron:
Imaginar. Todas estas iniciativas empezaron por imaginar su futuro deseado ampliando los límites personales y haciéndose responsables por el bienestar colectivo como parte del suyo propio.
Confiar. Asumieron una actitud proactiva ante lo que sucedía y confiaron en juntar fuerzas para fortalecer sus capacidades personales en pro de la solución de sus problemas y de la construcción de un mejor futuro.
Actuar. Conjugando la esperanza del cambio posible, la coherencia entre sus valores y la dinámica propia de la época, lograron activar acciones con equipos autogestionados, aprovechando los avances tecnológicos disponibles para facilitar su trabajo.
Estos principios relativamente sencillos siguen siendo válidos para nosotros como colectividad en estos momentos. Sumo algunos aspectos más sobre las intenciones que guiaron estos alentadores ejemplos.
Imaginar no es fantasear. Al imaginar un futuro mejor estas organizaciones partieron de la situación real de donde partían. Aceptaron las cartas que tenían disponibles para poder visualizar situaciones factibles y construir sus planes sobre bases firmes. Las visiones potentes de estas organizaciones fueron construidas a partir de sus valores colectivos y arraigadas dentro de sus diferentes contextos.
Confiar implica hacer compromisos. Una actitud proactiva se sustenta en una decisión comprometida. Una decisión no es sólo una declaración de palabras, debe implicar un compromiso real entre los participantes. Y con compromisos verdaderos lograron movilizarse a la acción conjunta.
Actuar siendo flexible. Al decidir el rumbo y empezar a actuar, tuvieron que ajustar planes una y otra vez para lograr lo deseado. Hubo que orientar el rumbo o cambiar los objetivos. Las acciones para resolver problemas en el corto plazo se hicieron en congruencia con la visión a largo plazo que tenían. Evitaron las soluciones emergentes de corto plazo, conscientes de que generarían problemas más adelante.
¿Deseo el cambio, pero tengo que cambiar?
Interesada en los procesos de cambio personales por mi trabajo de coaching, desde que empecé a publicar estos artículos han sido muchas las referencias que he revisado buscando la solución mágica para facilitar los cambios. Lamentablemente no la he conseguido. Aparte de pequeños trucos para ayudarnos a hacer lo que deseamos o posponemos, he encontrado que múltiples disciplinas coinciden en señalar que lo más efectivo para establecer firmemente un nuevo hábito o rutina es su repetición. Es decir: práctica, práctica, práctica.
Ahora bien, hemos comprobado que la práctica o repetición generalmente es garantía de éxito. Al menos en la pequeña escala cotidiana. Por ejemplo, cuando nos habituamos a poner las llaves en un mismo sitio, no tenemos dificultad para conseguirlas cuando estamos saliendo apurados. El problema se presenta cuando, aun estando interesados en cambiar una conducta inconveniente o incorporar un hábito que mejoraría nuestra vida, no lo hacemos. Queremos el cambio, pero no queremos cambiar. El cambio se nos torna difícil o imposible de lograr. ¿Qué sucede? ¿Cómo podemos solucionar este conflicto?
Encontré un artículo que al menos nos brinda una explicación de las posibles causas a esta dificultad. Se titula «Verdaderamente lo deseo, pero ¿tengo que cambiar yo?» [I really want it but do I have to change?] por Joanne Hunt, una de las directoras del Integral Coaching Canada.
Aquí van sus premisas: cuando empezamos a hacer algo en forma diferente, irremediablemente nosotros cambiamos. A veces pueden ser cambios sutiles que no percibimos. Sin embargo, cada nueva acción desencadena nuevas formas de entender, percibir y ser. Los hábitos o prácticas que asumimos impactan como vemos e interpretamos las cosas, entre ellas quienes somos o quienes creemos ser. Ciertamente no podemos separar lo que hacemos de quienes somos. Frecuentemente asumimos – de allí parte de nuestras dificultades – que se trata solamente de cambiar una conducta, pero que seguiremos siendo los mismos.
Estos planteamientos, son puntos cruciales para entender la magnitud del conflicto cuando deseamos introducir un cambio en nuestras vidas. Cada vez que nos proponemos cambiar una conducta, o un hábito por pequeño que sea, no solo nos estamos pidiendo ese cambio de conducta, nos estamos pidiendo ser distintos a lo que somos. Esto no es cualquier cosa; estamos hablando de cambios en nuestra identidad, en la forma cómo nos percibimos o cómo nos perciben otros. Por ello, con frecuencia fracasamos al apelar a la disciplina o a la fuerza de voluntad para introducir un cambio deseado. Nos rebelamos internamente.
A la conclusión que he llegado es que no podemos introducir cambios a la fuerza. Debemos aquilatar lo que implica este cambio en la totalidad de nosotros. Y lo crucial es que debemos negociar con nuestra parte interna que nos argumenta porqué es mejor no intentar el cambio. ¡Nos dice que de hacerlo estamos en vías de convertirnos en otros!
¿Cuáles serían las consecuencias de este planteamiento a nivel colectivo? En estos momentos, muchos de nosotros deseamos comportarnos como verdaderos demócratas y dar cabida a las opiniones de todos por igual. Pero inconscientemente, a nivel individual, podemos sabotear las iniciativas colectivas si dejamos emerger nuestro yo temeroso que nos asalta con mensajes de desconfianza. Terminaremos imposibilitados de formar equipos funcionales donde se aceptan diferencias y negocian acuerdos.
Con este sencillo ejemplo observamos que si queremos realizar proyectos colectivos exitosos debemos estar conscientes de lo que traemos personalmente a la mesa común. Se trata de buscar entender la dinámica de las fuerzas internas que entran en juego cuando queremos hacer las cosas de manera distinta o nos piden hacer algo distinto. Nuestra negativa o la de los otros que se niegan a cambiar es nuestra respuesta inconsciente a la amenaza de modificar en cierta forma nuestra identidad, a la que nos hemos acostumbrado y con la cual nos mostramos ante los demás.
Preguntas orientadoras como práctica
Cuando se les dificulte cambiar (incorporando o eliminando) una conducta o hábito, primeramente, acepten lo serio del dilema que les está sucediendo internamente, se tomen un tiempo para reflexionar y respondan a estas preguntas:
- ¿Quién estoy dejando de ser si hago o dejo de hacer esto?
- ¿En quién me convertiría si incorporo o descarto esto en mi vida?
Estoy segura que expresar lo que están sintiendo y pensando ante lo que desean cambiar los ayudarán a tenerse algo más de paciencia para poder integrar una nueva conducta. Y sobre todo practicar, practicar y practicar hasta lograr la meta propuesta. Se verán recompensados en claridad y determinación para la acción.
Como siempre, estoy a la orden por mi página web para cualquier duda o comentario sobre el artículo o la práctica.
Jeannette Díaz
Nota sobre la autora:
Jeannette Díaz es Doctora en Educación de la Universidad de Massachusetts, Amherst, Profesora Titular Jubilada de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela. Durante sus 28 años como docente, Coordinadora Académica y Coordinadora de Investigación disfrutó siendo mentora y coach de estudiantes y profesores apoyándolos en el desarrollo de sus habilidades creativas y progreso en sus carreras docentes. Formalizó esta área de interés cursando estudios y obteniendo la Certificación como Integral Master Coach® de Integral Coaching Canada. Es miembro de la Federación Internacional de Coaches en el nivel Profesional (PCC). Actualmente trabaja como coach, ayudando a sus clientes en el logro de transiciones exitosas en el ámbito personal o profesional. Página web de Jeannette Díaz.