A principios de este mes, la sede de supermercados Hannaford en Maine solicitó el retiro de carne molida después de que al menos 14 personas se infectaron con una cepa de Salmonella resistente a los antibióticos.
Es probable que esta sea la primera vez que se haya oído hablar de esto. Después de todo, no es mucho si se compara con 76 enfermos y una muerte ocurrida en agosto que llevaron a Cargill a retirar del mercado a casi 36 millones de libras de carne molida de pavo, potencialmente contaminada con cepas resistentes de Salmonella. La situación puede confundir, pero la tendencia es inequívoca: nuestro suministro de carne está frecuentemente contaminado con bacterias que no pueden ser tratadas fácilmente con antibióticos.
Un estudio realizado este año por un centro de investigación sin fines de lucro, en Phoenix, en donde analizaron 80 marcas de carne de res, cerdo, pollo y pavo, provenientes de cinco ciudades, encontraron que 47% contenía Staphylococcus aureus, una bacteria que puede causar desde infecciones menores en la piel hasta neumonía y sepsis o el síndrome, técnicamente denominado, de respuesta inflamatoria sistémica (SIRS) y comúnmente conocido como envenenamiento de la sangre – pero no importa como lo llames, produce mucho miedo. Cincuenta y dos por ciento de las bacterias encontradas eran resistentes a por lo menos tres tipos de antibióticos. Así que cuando usted va al supermercado para comprar una de estas marcas de productos cárnicos, previamente molidos, existe, aproximadamente, 25% de posibilidad de que usted consuma una bacteria potencialmente mortal que no responda a los medicamentos comúnmente prescritos.
No es que esto suceda sin alguna razón, los gérmenes tienen mucha práctica en la lucha contra las drogas diseñadas para eliminarlos, particularmente, cuando los animales de uso industrial son rutinariamente alimentados con antibióticos. Y a pesar de que es económico para los industriales productores de carne animal su uso profiláctico (1), existen muchos argumentos sólidos en contra del uso de estas drogas, incluyendo la disminución de su eficacia en seres humanos.
Probablemente, usted estaría de acuerdo con las respuestas de personas que cité en mi artículo de principios de la última semana de diciembre; uno de ellos dijo algo así como: “Uf, eso es una locura”, y el otro simplemente dijo “¡tienen que hacer algo al respecto!”.
La cosa es que “ellos” lo hicieron. En el año 1977.
Es entonces cuando la Food and Drug Administration (FDA), consciente de los riesgos para la salud que representa la administración de antibióticos a animales sanos de granjas, propuso la eliminación de su anterior norma, donde se aprobaba el uso de la penicilina y la tetraciclina en la alimentación animal. Según su procedimiento, la FDA luego publicó dos avisos donde fueron suspendidas las audiencias por el Congreso hasta que se llevaran a cabo nuevas investigaciones. Precisamente, en espera han estado las solicitudes de la FDA desde que “tú papá usaba patillas”.
Hasta la semana pasada, cuando la agencia decidió retirarlas.
Seguro que esto no se debe a que la situación haya mejorado, sino a que la agencia está muy consciente de que solo ha empeorado. Asombrosamente, 80% de los antibióticos que se venden en los Estados Unidos se usan en animales de granja, sobre todo, como he dicho, profilácticamente: los medicamentos en dosis bajas ayudan a los animales a engordar rápidamente y, presumiblemente, los ayudan a prevenir las enfermedades causadas por las malas condiciones en que viven. Los animales se convierten en perfectos caldos de cultivo para que las bacterias se vuelvan resistentes a los antibióticos y nuestras pruebas inadecuadas de control permiten que las bacterias continúen su camino a los supermercados y a nuestros intestinos.
La FDA conoce esta situación. En el 2010, la agencia emitió un borrador de guías donde propone que la gran agricultura, de forma voluntaria (no hay un no-comienzo “non-starter” para usted) (2), detenga el uso de antibióticos en bajas dosis en animales sanos de granjas. La FDA afirmó: “El desarrollo de resistencia en esta importante clase de fármacos y la consiguiente pérdida de su eficacia como terapia antimicrobiana plantea una grave amenaza para la salud pública”. Bien, la afirmación es simpática, pero no tiene fuerza.
Así que ¿por qué la FDA – con pleno conocimiento de la amenaza que esto representa y con una demanda de alto perfil en puertas por el Natural Resources Defense Council que los impulsa finalmente a abordar el tema – no decide actuar?
En su anuncio de la semana pasada, la agencia dijo que sus “esfuerzos se centrarían en la promoción de reformas voluntarias y el uso prudente de antimicrobianos, en el mejor interés, para proteger la salud pública y, de acuerdo, a los recursos de las agencia”. Lo que esto significa es que la FDA no tiene ni el presupuesto, ni el apoyo político para hacer del mandato de esta regulación una ley.
Eso es cierto: La FDA está siempre en déficit presupuestario y cada vez más incapacitada para hacer su trabajo, el cual es en gran medida proteger la salud pública (3). (Es sorprendente que recientemente el Congreso aumentó el presupuesto de la FDA en un insuficiente 3%. La mayoría de este dinero es para implementar la Ley de Modernización de la Seguridad Alimentaria, una legislación fundamental y necesaria desde hace mucho tiempo).
Aquí está la clave: A la FDA no le sobra el dinero y las corporaciones que controlan la industria de los alimentos tienen todo lo necesario, aunado al poder político que compran. Es por eso que podemos decir sin equívocos: la salud pública, la calidad de nuestros alimentos, y el bienestar de los animales son sacrificados en aras a las ganancias que se puedan obtener por la cría de animales en las granjas. Hacer pasar a los animales “sanos” de granjas (las comillas porque ¿qué tan sanos, después de todo, pueden ser los pollos criados a gran escala) con antibióticos – una práctica que la Unión Europea prohibió en 2006 – es una parte tan importante del sistema alimentario estadounidense, como lo es la obesidad infantil y el maíz en los productos básicos. Los animales van desde la granja a la nevera en un tiempo record, la prohibición de los medicamentos profilácticos frenará este proceso aguas abajo y con ello la tasa de ganancias de la industria de la carne. Los legisladores, en deuda por el dinero recibido de las empresas, no van a permitir que eso suceda, al menos no sin luchar.
1. Resulta económico, siempre y cuando no se tenga en cuenta el costo en vidas y sufrimiento humano y el precio real en dólares de lo que cuesta el tratamiento de la enfermedad. Se estima que por tratar tales infecciones, causadas por microorganismos resistentes a antibióticos, el costo será entre 16 y 26 mil millones de dólares por año para el sistema de salud de EE.UU. Pero no hay razón para que los productores de carne para uso humano pongan atención a este problema, a menos que estén obligados a hacerlo o a que muestren niveles anormales de altruismo.
2. Para todas las directrices voluntarias, véase mi columna de hace dos semanas.
3. Vale la pena señalar que la FDA es responsable de regular los antibióticos, pero el Departamento de Agricultura (USDA) supervisa los animales que realmente los reciben. Porque es mucho pedirle que a un solo organismo que se encargue de la supervisión de la producción y salud de los animales? está más allá de mí, pero después de eso qué.
Traducción: MiradorSalud
Fuente: New york Times, publicado el 27 de diciembre de 2011
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