El cortisol o la hormona del estrés está vinculada a cambios cerebrales, al deterioro cognitivo (aprendizaje y memoria) en la vejez, pero además interfiere con el sistema inmune, y está relacionado a enfermedades crónicas como la obesidad, el síndrome metabólico, la diabetes tipo 2, enfermedades cardiovasculares (tensión alta) y a la disminución de la masa ósea.
¿Qué es el cortisol?
El cortisol es una hormona esteroidea producida por las glándulas suprarrenales que se libera como respuesta al estrés y ante niveles bajos de otros glucocorticoides como la cortisona y corticosterona. El cortisol nos ayuda a lidiar con los problemas cotidianos y a permanecer alerta ante las dificultades. Entre sus funciones están: elevar los niveles de glucosa en la sangre, modular el sistema inmunológico y mediar los procesos metabólicos de las grasas, proteínas y carbohidratos, así como la movilización de la energía.
El cortisol es regulado por el hipocampo y por el eje hipotalámico-hipofisiario-adrenal (HHA) en donde participan el hipotálamo, la glándula pituitaria y las glándulas suprarrenales. La activación de este eje es una respuesta fisiológica para adaptarnos a cambios ambientales (estrés) pero su estimulación prolongada causa daño al organismo. Al activarse este eje cuando enfrentamos una amenaza, se envían señales al organismo que ayudan a alcanzar el equilibrio necesario para funcionar. Esta respuesta es saludable. Sin embargo, ante un estrés crónico, el cortisol produce alteraciones fisiológicas dañinas para la salud.
La secreción de esta hormona está igualmente regulada por el ritmo circadiano que hace que aumente su nivel al despertarnos (nivel matutino), necesario para funcionar, y luego disminuya a lo largo del día. Este ritmo se opone al de la melatonina que aumenta en la noche y nos ayuda a conciliar el sueño. En este ciclo fisiológico de luz-oscuridad, valores altos de cortisol coinciden con valores bajos de melatonina y viceversa.
Edad, tamaño del cerebro, demencia y el cortisol
Con la edad, aumenta exponencialmente el riesgo a sufrir deterioro de las funciones cognitivas acompañado de cambios estructurales en el cerebro, como ya fue señalado en MiradorSalud, y en algunos casos aparece la depresión que a su vez es un riesgo de futura demencia.
Por un lado, se han asociado anormalidades en el cerebro, incluyendo reducción del hipocampo, con la edad y depresión tardía en la vida y por otro lado se han relacionado niveles altos y persistentes de cortisol con la depresión no tardía y la demencia. Estudios han mostrado altas concentraciones de cortisol en la mañana en individuos con demencia, concentraciones intermedias en individuos con deterioro cognitivo pero sin demencia y bajos niveles en los controles. A la par, hay estudios que muestran una correlación entre el cortisol plasmático y el grado de deterioro cognitivo en el Alzheimer.
Según una investigación publicada recientemente, que estudió la presencia de una asociación entre niveles de cortisol en saliva con volúmenes de ciertas regiones del cerebro en adultos mayores sin demencia, se encontró que altos niveles de cortisol al final del día, que deberían estar bajos, están asociados a un menor tamaño del cerebro así como a un pobre desempeño cognitivo, mientras que niveles altos de cortisol matutino no afectaron el tamaño ni el rendimiento de la memoria pero, en cambio, sí se asoció con mayor volumen de materia blanca, así como con un mejor desempeño cognitivo, más específicamente con mayor velocidad del procesamiento de la información (habilidades del pensamiento) y de la función ejecutiva, encargada de llevar a cabo un plan coherente para alcanzar una meta.
Este estudio que involucró a 4.244 personas sanas, con una edad promedio de 76 años, mostró que los adultos mayores con un nivel de cortisol más alto eran más propensos a tener cerebros más pequeños, peor memoria y menor desempeño cognitivo que los que tenían menores niveles de cortisol. Es decir, altos niveles de cortisol al final del día influyen en el tamaño de nuestro cerebro y en las habilidades para pensar mientras que un alto nivel matutino se corresponde con un funcionamiento cognitivo superior.
¿Cómo ocurre este proceso?
El trabajo señala que con la edad se reduce el cerebro y particularmente el hipocampo, lo que produce alteraciones en el eje HHA, inhibiendo su función reguladora por lo que se incrementa la producción del cortisol, lo que a su vez produce atrofia del cerebro. Es decir se establece un círculo vicioso entre el encogimiento del cerebro, niveles altos de cortisol y más atrofia cerebral, ya que esta disminución contribuye, a su vez, con la alteración del eje HHA y la consiguiente hipersecreción del cortisol y otros glucocorticoides.
Aunque los autores indican que no saben que ocurre primero sí la desregulación del eje HHA que causa cambios en los niveles del cortisol o la reducción del volumen del cerebro (vinculado a la edad), sí señalan la posibilidad de que la reducción del cerebro conduce a la incapacidad de regular el cortisol, causando así atrofia del cerebro con sus respectivas consecuencias.
Del mismo modo, cambios funcionales en este eje y la reducción del hipocampo se han observado en la depresión durante la vejez, la cual constituye un riesgo en las causas de deficiencia cognitiva y demencia. Asimismo, en la depresión están aumentados los niveles de cortisol, la cual tiene efectos neurotóxicos en el hipocampo, como ya mencionamos, lo que desencadena una serie de eventos dañinos todos asociados a la edad.
Cortisol y estrés.
El cerebro es el órgano clave para identificar y reaccionar ante el estrés/cambios y de él depende cómo lo afrontamos (resiliencia) y cómo nos recuperamos. Así, el cerebro es el mediador de los procesos del estrés. Existe un circuito neural que determina qué representa una amenaza en donde participan el hipocampo, la amígdala y áreas de la corteza pre-frontal. Los mecanismos del estrés pueden ser protectores cuando promueven en el corto plazo una adaptación necesaria ante el “peligro” o “cambio” que al enfrentarlo positivamente conduce al crecimiento personal, pero igualmente ante un estrés crónico conllevan al desgaste en el largo plazo, como fue señalado.
Existen evidencias que indican que la exposición excesiva del cerebro al estrés, mediada por los efectos neurótóxicos del cortisol y posiblemente por la neuroinflamación, causa daño a la estructura y función del cerebro al no conseguir que se suprima la respuesta ante el estrés en personas vulnerables, sino que por el contrario ésta se perpetúe transformándola en una respuesta crónica.
Asimismo, existen investigaciones que, por ejemplo, indican que dificultades socioeconómicas, la sensación de inseguridad ante el futuro y sentimientos desmoralizadores por desventajas sociales, como los que han prevalecido por largo tiempo en Venezuela, pueden afectar la reactividad emocional, conductual y fisiológica del cerebro de los individuos que las sufren.
Por otro lado, un estudio realizado en pacientes con demencia, donde fue evaluado el impacto de un programa de cuidados para disminuir el estrés en la salud mental (ansiedad, estados de ánimo y emociones), se encontró una disminución significativa del estrés y del nivel matutino del cortisol después de aplicado el programa. Lo que viene a confirmar la participación del cortisol en el estrés crónico pero también demuestra la capacidad del cerebro de cambiar como resultado de la experiencia, aspecto tratado en nuestro artículo publicado sobre neuroplasticidad.
Quizás pecando de sobresimplificación, en síntesis, el estrés crónico causa una producción constante de cortisol que a su vez afecta al hipocampo cerrando el círculo, empeorando de esta manera la demencia (Alzheimer), el deterioro cerebral de la edad, los problemas de memoria y la depresión.
Se me ocurre una pregunta: ¿estará el cortisol mediando la demencia no asociada al Alzheimer en personas brillantes con profesiones estresantes?
Una de las respuestas para mitigar o prevenir este desenlace podría ser aplicar las herramientas de que promueven la neuroplasticidad, debido a que estos daños no son permanentes per se y la experiencia los puede cambiar.
Irene Pérez Schael