En la conmemoración de un siglo de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), llamada la Gran Guerra, la prestigiosa revista The Lancet, en su deseo de dejar una huella en este centenario, publicó en noviembre de 2014, un número dedicado al impacto de esta guerra en las prácticas médicas y de salud.
Entre varios aspectos interesantes abordados en la revista, destacan el impacto de la guerra en los cambios en las actitudes hacia las enfermedades infecciosas y la psiquiatría militar.
Impacto de la Primera Guerra mundial en el cambió las actitudes hacia las enfermedades infecciosas.
G Dennis Shanks, profesor del Australian Army Malaria Institute y autor del artículo “Cómo la Primera Guerra mundial cambió las actitudes hacia la guerra y las enfermedades infecciosas”, comenta que la Primera Guerra Mundial es un punto clave en la transición hacia la medicina científica debido a que fue el momento en que se incorporaron los descubrimientos de Louis Pasteur a la práctica médica para controlar las enfermedades infecciosas. Algo complicado de lograr en la era previa a los antibióticos.
Para aquella época, la salud pública estaba en pañales: se construían los campos militares distantes de las letrinas, práctica que se sabía desde los romanos; la malaria se controlaba con quinina; la tuberculosis se controlaba aislando a los enfermos de los campos militares; las enfermedades de transmisión sexual se controlaban persuadiendo a los hombres solteros que no utilizaran los servicios de las prostitutas fuera de los campos militares; las enfermedades infecciosas eran un caldo de cultivo de distintos patógenos en ambiente hacinados; el sarampión era un problema de salud en los militares; solo existían las vacunas de viruela y fiebre tifoidea; la apendicitis seguía siendo causa de muerte y la convalecencia en los hospitalarios eran por mucho tiempo debido al escaso personal para el cuidado médico.
La co-evolución entre el hombre y los microorganismos que lo infectan a menudo sucede más rápido que el entendimiento de sus mecanismos, pero el progreso del conocimiento se acelera particularmente durante las epidemias y las guerras. Por ejemplo, según Shanks, la crítica situación de la Primera Guerra Mundial trajo progreso: los laboratorios médicos, financiados por Wellcome Trust, trabajaron con la armada, incorporando 21 médicos para la investigación y 22 especialistas uniformados; se incorporó el conocimiento del origen de las enfermedades infecciosas que dio paso a su control y las nuevas drogas y vacunas se incorporaron con rapidez. El autor describe el comportamiento de seis enfermedades infecciosas (fiebre tifoidea, tétano, malaria, tuberculosis, enfermedades de transmisión sexual e influenza) durante la guerra, y muestra ciertos éxitos en el comportamiento de algunas de ellas.
La vacunación contra la fiebre tifoidea fue un genuino éxito médico en la Primera Guerra Mundial. La tasa de fiebre tifoidea en la armada británica disminuyó de 285 casos por 1000 soldados en 1899-1902 a menos de 1 caso por 1000 entre 1914-1918. En ese momento la vacuna causaba reacciones adversas pero los beneficios superaban los riesgos; sin embargo, no se hizo obligatoria la aplicación de la vacuna.
El tétano presentaba una tasa de 8,6 infecciones por 1000 soldados en 1914, lo que hizo que la armada británica invirtiera en investigación. Para esa fecha, se disponía de la toxina antitetánica en suero de caballo. Un comité de investigación redactó las medidas dentro de un programa que incluía la aplicación de la toxina antitetánica a los heridos, que para muchos fue un éxito, ya que la mortalidad bajó de 87% a 34%, aunque no se haya demostrado que esto fuera por el resultado del programa o consecuencia de las prácticas asépticas aplicadas en el tratamiento de las heridas y la cirugía.
El uso de los preservativos fue masivo en los soldados británicos y alemanes, lo que ayudó a disminuir las enfermedades de transmisión sexual. Los estadounidenses no los quisieron usar y perdieron más de 10.000 compatriotas por estas enfermedades. En cambio, si los utilizaron en la Segunda Guerra Mundial.
La malaria fue tratada con quinina. Aunque era muy dolorosa la inyección y producía efectos tóxicos, la aplicaban en los campos militares. La tuberculosis no fue un problema militar durante la guerra, a pesar de que casi todos los soldados y la población en general eran portadores asintomáticos del bacilo, mientras que sí lo fue para la población civil; probablemente debido a la desnutrición. Sin embargo, la enfermedad aumentó considerablemente en la armada después de la guerra.
La otra enfermedad considerada es la influenza que fue la enfermedad que más causó muertes entre 1918 y 1919. La influenza o Gripe Española, mató a más de 50 millones de personas, más que las muertes causadas por la Primera Guerra Mundial, unas 17 millones de personas, entre soldados y población civil.
En los primeros meses de 1918, ya se anunciaba lo que venía por una ola de influenza que ocurrió en Texas, Estados Unidos, en campos militares. Se comportó como una gripe común, sin embargo, cuando arribó a Brest, un puerto Francés, se había convertido en una enfermedad letal que agarró a los puertos europeos desprevenidos en el verano, extendiéndose rápidamente en septiembre, alcanzando su máximo pico en octubre y comenzando a disminuir en noviembre cuando se celebró el armisticio. El virus letal de influenza regresó a Estados Unidos en septiembre, en una segunda ola, que infectó a un cuarto de su población y tuvo un efecto devastador en la esperanza de vida que cayó durante 10 años.
De Francia pasó a España, el país más afectado y de allí su nombre, donde murieron más de 8 millones de personas. Un quinto de la población mundial fue afectado y la pandemia llegó hasta África, Asia e Indonesia.
La guerra contribuyó a su diseminación por el mundo debido al movimiento de las tropas entre países. Por otra parte, cuando se firmó el armisticio la gente celebró en las calles y se hicieron desfiles, prácticas contraindicadas en salud pública cuando se está en presencia de una epidemia.
Muchos estudios de investigación sobre la pandemia fueron publicados en su momento y desde luego posteriormente. Sin embargo, varios aspectos de la epidemia, señala Shanks, siguen sin ser contestados a pesar de los avances en la biología molecular. Preguntas como ¿por qué la enfermedad afectó a los militares entre los 20 y 40 años, con un máximo a los 28 años? ¿por qué hubo diferencias en la mortalidad en las distintas categorías de los militares como la armada o la naval? Todavía no tienen respuestas.
A pesar de lo brusco de la epidemia se puso mucho énfasis en investigación para encontrar la causa, pero solo se disponía de las herramientas para el diagnóstico bacteriológico, ya que no se conocían los virus. Aunque si hubo unos investigadores en parís que sugirieron que la epidemia era causada por virus.
En fin, el conocimiento científico de la pandemia de influenza configuró la salud pública y la respuesta médica para ese momento.
La psiquiatría militar.
En la Primera Guerra Mundial nace la psiquiatría militar evidenciada, particularmente, en lo que se denominaba neurastenia y neurosis de guerra, que junto a otras afecciones representaban una cuarta parte de los ingresos hospitalarios. El término neurosis de guerra nace espontáneamente pero luego se caracterizó como un trastorno con una variedad de síntomas funcionales como cansancio, palpitaciones, falta de aire, temblores, dolores en articulaciones, músculos y cabeza junto con pesadillas ansiedad persistente y dificultad para dormir. Era la somatización del trauma experimentado y comparte características con lo que ahora se conoce como el “estrés post-traumático”. Algunos dicen que el “estrés post-traumático” nació en la primera guerra mundial porque no fue sino hasta entonces que se comenzaron a identificar trastornos mentales sin ninguna causa fisiológica.
El tratamiento de los trastornos psicológicos era de gran importancia, especialmente la neurosis de guerra cuyo tratamiento fue objeto de debate hasta tiempos posteriores. Antes de 1914 la enfermedad mental, en términos psiquiátricos más no psicoanalíticos, se consideraba hereditaria, a partir del cual se consideró que podrían tener causas ambientales.
Los avances en la salud mental durante esta guerra no fueron tantos como los experimentados en la ciencia médica. No fue sino hasta la guerra de Vietnam que esta condición fue reconocida como “estrés post-traumático”.
En conclusión muchos de estos cambios históricos en la medicina y la salud pública fueron catalizados por la investigación realizada por los militares y la mayor parte de las medidas ejecutadas fueron partes de programas de salud pública, especialidad que maduró durante esta guerra. Fue un tiempo donde las necesidades personales fueron subordinadas a las de la nación.
Irene Pérez Schael