A pesar de que vivimos en una era sin precedentes en el ámbito de la tecnología y la globalización, que presumiblemente fomentaría la posibilidad de conectarnos unos con otros a través del las redes sociales, los teléfonos móviles y otras alternativas que nos proporciona el Internet, se estima que en los países más desarrollados, principalmente en las grandes ciudades, el aislamiento social está adquiriendo dimensiones epidémicas. Dadas estas tendencias, analizar la asociación entre la percepción de soledad y el aumento de la mortalidad es de vital importancia.
La soledad, desde hace mucho tiempo, se ha asociado a problemas de salud mental como la depresión. Sin embargo, un estudio reciente señala que el aislamiento social crónico también perjudica la salud física e incluso aumenta la incidencia de muertes prematuras, al igual que otros factores de riesgo bien establecidos como la obesidad.
Aun cuando los conceptos de soledad y aislamiento social suelen utilizarse de manera indistinta, no significan exactamente lo mismo. El aislamiento social hace referencia principalmente a la limitada o escasa red de apoyo social que tiene una persona, mientras que el concepto de soledad hace hincapié en aspectos más subjetivos y cualitativos como la insatisfacción que la persona percibe de sus relaciones interpersonales.
En otras palabras, la soledad es la percepción de aislamiento social, una experiencia interna y subjetiva.
Por lo tanto, es posible estar rodeado de muchas personas, vivir en pareja, interactuar con familiares, colegas y amigos y, sin embargo, sentirse muy desconectado, vacío y no deseado. Desafortunadamente, estar acompañado no siempre funciona como un escudo protector de esos sentimientos, sin embargo, la carencia objetiva de una red de apoyo social con frecuencia coincide con la percepción subjetiva de soledad.
Por otra parte, hay personas que se aíslan de su entorno social porque prefieren estar solas. Estos individuos probablemente comulgan con la famosa frase “El Infierno es el Otro” (L»enfer, c»est l´Autr) de Jean-Paul Sartre.
Sin embargo, el aumento de la incidencia de muertes prematuras es aproximadamente el mismo entre las personas que se aíslan de su entorno voluntariamente y aquellas que padecen de soledad por carencia de apoyo social.
La soledad es la falta de intimidad
La selección natural ha favorecido, a lo largo de la evolución, a las personas que cooperan con sus semejantes. Los humanos somos seres gregarios que necesitamos confiar en nuestro entorno social para sobrevivir y prosperar. La percepción de soledad o de aislamiento social aumenta nuestro estado de vigilancia y la sensación de vulnerabilidad ante las posibles amenazas, mientras que, al mismo tiempo, eleva nuestro deseo de restablecer los vínculos perdidos y la intimidad.
Frieda Fromm-Reichmann (1889-1957) fue una prominente psicoanalista alemana contemporánea de Sigmund Freud, quien emigró a los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. Su ensayo “On Loneliness”, publicado en 1959, es considerado un estudio fundamental en el área de la investigación sobre el tema de la soledad. Ella decía: “la soledad es la falta de intimidad”.
¿Quiénes son los que se sienten solos?
No hay nada inusual acerca de sentirse solo en situaciones específicas. Es frecuente que las personas experimenten un sentimiento de soledad, que usualmente es temporal, cuando su entorno social cambia como, por ejemplo, mudarse a otra ciudad o país, iniciar estudios en la universidad. Igualmente, la jubilación, la muerte de un ser querido, la discordia marital y el divorcio pueden desencadenar la percepción de sentirse solos.
Sin embargo, es importante resaltar que los individuos que presentan un estado de soledad crónico son más propensos a desarrollar problemas de salud, en comparación con aquellos que presentan esta condición de modo temporal y circunstancial.
En muchos casos la percepción de soledad puede desarrollarse progresivamente. Es frecuente distanciarse de los amigos por diferentes causas como, por ejemplo, las exigencias del trabajo y la paternidad o debido al tiempo que se invierte en el cuidado de un familiar que padece una enfermedad crónica. Igualmente, la persona afectada por una ruptura dolorosa puede aislarse de su entorno social, con la finalidad de evitar nuevos rechazos que le ocasionen más dolor emocional.
Por otra parte, el aislamiento social es frecuente entre los individuos que se sienten discriminados o marginados como es el caso de algunos ancianos, los grupos minoritarios y los que padecen diferentes modalidades de intimidación y acoso. La percepción de rechazo que experimentan estas personas es un componente clave y muy perjudicial del sentimiento de soledad que desarrollan.
Muchas personas están informadas sobre el gran impacto que puede tener la soledad crónica en la salud mental. Sin embargo, se sorprenden ante el hecho de que esta condición representa un peligro aún mayor para la salud física.
Un estudio reciente realizado por un equipo de investigadores de la Universidad Brigham Young (Brigham Young University), en Utah, EE.UU. reportó que el aislamiento social aumenta significativamente el riesgo de mortalidad prematura, al igual que otros factores de riesgo bien establecidos como la obesidad.
El estudio fue publicado en la revista Perspectives on Psychological Science, en marzo de 2015.
Los autores analizaron los datos de 70 estudios que incluían más de 3,4 millones de personas, entre 1980 y 2014. La investigación se centró en cómo la soledad, el aislamiento social y/o vivir solo afectaban la longevidad. Los participantes tenían un promedio de 66 años y aproximadamente un tercio de ellos presentaban algún tipo de enfermedad crónica.
Cuando realizaron el análisis estadístico, los investigadores tomaron en cuenta variables que podrían causar confusión tales como el nivel socioeconómico, la edad, el género, y las condiciones de salud preexistentes.
La sensación subjetiva de soledad (tenga una persona contactos sociales o no los tenga) aumentó el riesgo de muerte prematura en 26%.
El aislamiento social (tener pocos contactos sociales o ninguno o realizar pocas actividades sociales o ninguna) aumentó el riesgo de muerte prematura en 29%.
Vivir solo incrementó el riesgo de fallecer prematuramente en 32%, por lo tanto, resultó ser aun más devastador para la salud que sentirse solo.
Los resultados fueron parecidos tanto para los hombres como para las mujeres.
Aunque las personas de edad avanzada son más propensas a estar solas y se enfrentan a un mayor riesgo de mortalidad, la asociación entre la soledad y el riesgo de mortalidad prematura entre las personas menores de 65 años fue más significativa.
Igualmente, el estudio reportó que la existencia de relaciones interpersonales satisfactorias e íntimas proporciona un efecto positivo para la salud.
Las personas que viven solas descuidan los hábitos de vida saludables
Sentirse solo y aislado genera un estado de estrés crónico que puede alterar el patrón de sueño nocturno, elevar la presión arterial, aumentar los niveles diurnos de cortisol (la hormona del estrés), producir respuestas disfuncionales del sistema inmune, aumentar la incidencia de depresión, incrementar el abuso de alcohol, drogas, cigarrillo y disminuir la sensación subjetiva de bienestar.
Estudios previos han encontrado que la soledad crónica se asocia a un mayor riesgo de enfermedad cardiovascular. Las personas que no tienen apoyo social son más susceptibles a los efectos del estrés crónico, lo cual aumenta la probabilidad de padecer enfermedad de las arterias coronarias. Las cantidades excesivas y sostenidas de las hormonas del estrés pueden acelerar el proceso de la ateroesclerosis, la formación de la placa de ateroma que obstruye las arterias, y, además, pueden aumentar la presión arterial y el “colesterol malo” o LDL. Además, estas personas son menos propensas a consumir una dieta saludable y realizar actividad física.
Un estudio previo demostró que tanto los hombres como las mujeres mayores de 50 años que viven solos porque han enviudado o son solteros consumen menos frutas y vegetales, en comparación con aquellos que viven en pareja.
Por otra parte, las personas que se sienten solas también son más propensas a ser físicamente inactivas, según un estudio de 2009 publicado en la revista Health Psychology.
Todos estos factores contribuyen a aumentar las probabilidades de desarrollar enfermedad cardiovascular. Además, las personas que carecen de relaciones significativas no suelen tener quien cuide de ellas y les acompañe a los controles médicos, lo cual complica aun más la situación.
La salud mental no solo se afecta por el estrés crónico y la depresión en las personas socialmente aisladas, estudios previos han reportado una progresión más acelerada de la enfermedad de Alzheimer en los individuos que viven solos.
Debido a que la soledad es vista simplemente como una circunstancia desafortunada y no como el asesino silencioso que es, es raro que genere una respuesta de alerta en el que la padece y en sus amigos o familiares.
Por otra parte, la soledad es un problema difícil de superar, ya que fomenta, a menudo, patrones de pensamiento y conducta, que conducen a las personas solitarias a comportarse de modo defensivo y con frecuencia alejan, sin querer, a familiares y amigos. La angustia que sienten estos individuos crea un velo de negatividad, desconfianza y pesimismo que les impide que reconozcan las oportunidades de conexión que existen alrededor de ellos.
Cuando una persona sufre por el aislamiento social, siempre hay pasos que puede tomar para recuperarse. Un terapeuta podría ayudar en esta fase inicial tan crítica. A veces, alguien que no forme parte del círculo social del afectado puede facilitarle la posibilidad de una interacción más abierta y sincera, que le permita superar el pesimismo y recuperar el valor para tomar el riesgo emocional necesario y comprometerse nuevamente con su entorno social.
Igualmente, los familiares y amigos de las personas que viven solas y presentan manifestaciones de depresión deberían tratar de fomentar relaciones interpersonales significativas e íntimas y encuentros cara a cara, además de los contactos a través de las redes sociales, los teléfonos móviles y otras alternativas que nos proporciona el Internet.
Dra. Berdjouhi Tsouroukdissian
Un Comentario
geyna.rivas
excelente articulo muy interesante saludos geyna