Un estudio reciente reportó que la combinación de síntomas severos de depresión y de estrés psicológico puede crear una “tormenta psicosocial perfecta”, que conduce a un aumento significativo de la mortalidad y del riesgo de infarto de miocardio de las personas que presentan enfermedad de las arterias coronarias.
El estudio fue realizado por un equipo de investigadores del departamento de Salud Cardiovascular y Comportamiento del Centro Médico de la Universidad de Columbia en Nueva York, EE.UU.,y publicado, el 10 de marzo de 2015, en Circulation: Cardiovascular Quality and Outcomes, una revista de la Asociación Americana del Corazón.
Tanto el estrés como la depresión se han asociado a un mayor riesgo de desarrollar síndrome coronario agudo. Sin embargo, sólo un número limitado de estudios previos han investigado el efecto que tienen ambos factores, cuando están presentes al mismo tiempo, sobre la mortalidad y el riesgo de desarrollar infarto de miocardio.
Los autores del estudio que nos ocupa presentaron recientemente un modelo conceptual denominado “tormenta psicosocial perfecta”, el cual sugiere que un factor de vulnerabilidad subyacente crónico como la depresión sumado a una situación transitoria que genere estrés psicológico intenso podría incidir dramáticamente en el aumento del riesgo de la mortalidad y de infarto de miocardio, en personas que presentan antecedentes de enfermedad de las arterias coronarias.
En otras palabras, la hipótesis sugiere que el riesgo de mortalidad y de infarto de miocardio podría amplificarse cuando ambas condiciones (estrés y depresión) están presentes.
Para probar este modelo conceptual los investigadores recolectaron y analizaron los datos de casi 4.500 pacientes de 45 años o mayores, integrantes del estudio REGARDS (REasons for Geographic and Racial Differences in Stroke), que presentaban diagnóstico de enfermedad de las arterias coronarias.
Entre los años 2003 y 2007, los participantes completaron unos cuestionarios y, además, fueron entrevistados en sus hogares. Se les preguntó con qué frecuencia se habían sentido deprimidos, solos, tristes o habían tenido ataques de llanto durante la semana anterior a la entrevista.
Para determinar el grado de estrés que afectó a los participantes, durante el mes anterior a la entrevista, se les preguntó con qué frecuencia se sintieron abrumados, incapaces de controlar y resolver los problemas importantes que enfrentaron. Igualmente, los entrevistados también reportaron conductas y actitudes positivas como la confianza en sus capacidades, la sensación de control que experimentaron al lidiar con sus asuntos personales y laborales y si percibieron que las cosas, en general, iban bien.
Alrededor de 6% de los participantes reportó haber experimentado síntomas severos de depresión y estrés psicológico al mismo tiempo.
Mientras que 5,6% de los participantes experimentó sólo estrés severo y 7,7% reportó síntomas intensos de depresión exclusivamente.
Durante el período de seguimiento, que en promedio fue de seis años, 1.337 participantes fallecieron o desarrollaron infarto de miocardio.
Los participantes que reportaron síntomas de depresión y estrés severos, al mismo tiempo, presentaron un aumento de 48% del riesgo de mortalidad general o de infarto de miocardio, en comparación con aquellos individuos que reportaron manifestaciones leves de estrés y depresión.
Sin embargo, el aumento del riesgo tanto de infarto de miocardio como de la mortalidad por cualquier causa y la ocasionada por enfermedad cardiovascular, fue significativo sólo durante los primeros dos años y medio de seguimiento (“período de alta vulnerabilidad”).
Igualmente, los hallazgos revelaron que aquellos participantes que habían reportado síntomas severos de depresión o de estrés, pero no ambas condiciones al mismo tiempo, no presentaron un aumento significativo de riesgo de muerte o infarto de miocardio.
Es importante resaltar que este estudio fue de observación, por lo tanto, sólo reveló una asociación entre la combinación estrés y depresión y el aumento de la incidencia de infarto de miocardio y la mortalidad general. No demostró una relación causa-efecto.
Vínculos entre enfermedad cardiovascular, inflamación y depresión
Estudios previos han reportado que los procesos de inflamación que se producen en algunas afecciones como el cáncer, la enfermedad de las arterias coronarias, la obesidad, la diabetes tipo 2 y las enfermedades autoinmunes se asocian a los síntomas que se presentan en la depresión mayor, como, por ejemplo, la disminución del estado de ánimo, pérdida del apetito, y dificultad para conciliar el sueño.
Cuando se activa el sistema inmune periférico en respuesta a esos padecimientos se producen citoquinas (proteínas proinflamatorias), que envían señales a determinadas células del cerebro, que juegan un papel fundamental en la respuesta inflamatoria de este órgano.
La depresión es una enfermedad compleja y de origen multifactorial, por lo tanto, la inflamación de ciertas áreas del cerebro es uno de esos cambios biológicos que pueden contribuir con el desarrollo de los síntomas de esta afección.
Los procesos de inflamación podrían explicar la mayor prevalencia de depresión clínica en las personas con afecciones físicas como la enfermedad de las arterias coronarias, que con frecuencia coexiste con la obesidad y la diabetes tipo 2.
La Organización Mundial de la Salud estima que más de 350 millones de individuos en el mundo sufren de depresión.
De acuerdo con la Asociación Americana del Corazón, 1 de cada 3 pacientes con infarto de miocardio presentan síntomas de depresión.
El estrés severo puede causar estragos en el corazón
El estrés psicológico intenso desencadena la respuesta de “lucha o huida». A través de una serie de señales integradas por el sistema nervioso y endocrino, las glándulas suprarrenales, unas pequeñas estructuras situadas encima de los riñones, reciben los estímulos apropiados y liberan las hormonas del estrés: la adrenalina y el cortisol.
La respuesta de “lucha o huida” es extremadamente útil en situaciones de emergencia, pero puede causar daño cuando se activa con frecuencia.
Por ejemplo, las cantidades excesivas y sostenidas de las hormonas del estrés pueden acelerar el proceso de la ateroesclerosis, la formación de la placa de ateroma que obstruye las arterias, y, además, pueden aumentar la presión arterial y el “colesterol malo” o LDL.
La adrenalina aumenta la frecuencia cardíaca y la presión arterial, lo cual podría producir turbulencias del flujo sanguíneo y ocasionar, por ejemplo, la ruptura de una placa de ateroma que estaba obstruyendo parcialmente una arteria coronaria, lo cual estimula los procesos de inflamación, coagulación y la formación de un coágulo (trombosis).
El coágulo, que se produce por la ruptura de la placa de ateroma, puede llegar a obstruir parcial o totalmente el flujo de sangre. Si la obstrucción de la arteria es severa parte del músculo cardíaco muere, en otras palabras, se produce un infarto de miocardio. La necrosis o muerte del tejido afectado por el infarto puede aumentar el riesgo de presentar arritmias ventriculares (alteración del ritmo cardíaco), que suelen ser sumamente graves y con frecuencia fatales, si no son tratadas a tiempo.
El estrés y la depresión conducen a un estilo de vida poco saludable
Tanto la depresión como el estrés pueden contribuir con el aumento de la ingesta de alimentos poco saludables, con alto contenido de grasas saturadas y trans, frituras, bebidas azucaradas y productos elaborados con harinas blancas refinadas y alimentos muy procesados, que contribuyen con el sobrepeso, la obesidad, la diabetes tipo 2 y el desarrollo de enfermedad cardiovascular.
Por otra parte, la depresión y el estrés pueden conducir a la inactividad física y al tabaquismo, ambos factores de riesgo de la enfermedad de las arterias coronarias.
Realizar ejercicio físico, no fumar, consumir una dieta saludable y mantener un peso adecuado, además de reducir el riesgo de enfermedad cardiovascular alivia los síntomas del estrés y la depresión.
Por otra parte, la terapia cognitivo conductual, un tipo de psicoterapia, ayuda a las personas a cambiar su aproximación e interpretación de los factores que les generan angustia, y modifica la forma en que estos individuos responden a situaciones estresantes.
Los autores del estudio señalan que las intervenciones conductuales, que les enseñan a los pacientes cómo manejar adecuadamente el estrés y los síntomas depresivos durante “el período de alta vulnerabilidad”, podrían ser particularmente importantes para reducir el riesgo de infarto de miocardio, de la mortalidad general y de las muertes ocasionadas por enfermedad cardiovascular.
El Instituto Nacional de Salud Mental (National Institute of Mental Health), la mayor organización científica del mundo dedicada a la investigación de las enfermedades mentales, recomienda la práctica de la meditación consciente o “mindfulness” como tratamiento complementario para una serie de problemas que afectan la salud mental como la depresión y el estrés.
Mediante la identificación de las circunstancias y condiciones específicas que ocasionan los síntomas de estrés y depresión, los profesionales de la salud podrían actuar sobre los factores modificables conocidos (biológicos, psicológicos, sociales y ambientales) y utilizar las intervenciones más adecuadas para mitigar la severidad de los síntomas de estas afecciones y sus consecuencias en la salud cardiovascular.
Dra. Berdjouhi Tsouroukdissian