Serias investigaciones y encuestas de distinta procedencia coinciden en señalar que alrededor de 80% de las personas que prometieron hacer cambios en sus rutinas de vida a fines de año, dejaron de cumplir con lo prometido antes de terminar el mes de febrero. ¿Será usted parte de ese 20% restante de personas que sí está convirtiendo sus cambios deseados en nuevos hábitos? ¿O ha empezado a flaquear en su plan de hacer ejercicio tres veces por semana, dejar de fumar o incluir un tiempo nutritivo para su espíritu escribiendo, pintando o dedicándose a un proyecto largamente acariciado?
En nuestro artículo anterior ¿Resoluciones o Compromisos? exploramos recomendaciones para lograr resoluciones exitosas. Ahora profundizaremos sobre la procrastinación o el postergar una acción sin tener razón valedera para ello. Justamente, una de las principales causas por la cual no cumplimos nuestros compromisos.
¿Qué es la procrastinación?
Seguro empiezo la semana que viene, cuando haya terminado de arreglar el archivo, después de contestar los correos. Éstas y otras múltiples excusas nos sirven para demorar o posponer la tarea o actividad pendientes por hacer. Aún con toda la intención de hacerlo, se nos hace difícil poner manos a la obra. Pareciera que demorar el comenzar nos libera de esa tarea apremiante, pero también nos acarrea consecuencias no deseadas según la importancia o urgencia de lo que estamos dejando de hacer. Sentimos una presión creciente interna, nos invade la culpa, el bochorno, sabemos que nos estamos engañando. Todas estas emociones nos impiden disfrutar plenamente de ese tiempo «robado» a nosotros mismos.
Este fenómeno no empezó con el internet, ni con la Revolución Industrial como dicen algunos. Desde mucho tiempo atrás se encuentran evidencias del significado de posponer lo que tendríamos que hacer. Su expresión tanto en textos clásicos griegos como en dichos populares: «no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy» hacen que sea considerado como una falla humana arquetipal.
Después de haber evaluado la pertinencia de una acción y decidir no hacerla o postergarla puede ser parte de una buena estrategia. En ese caso no se trataría de procrastinación. Ese “posponer eventual” es muy común según reportan investigadores, siendo la razón argumentada por la cual 90% de individuos incumple sus metas y propósitos. También estiman que un 20% de las personas califican como procrastinadores crónicos al convertirla en forma de vida, llegando a destruir con ello relaciones y oportunidades de trabajo en forma patológica.
Como tema ampliamente estudiado y popularizado durante los últimos 30 años se encuentran múltiples definiciones de procrastinación y la continuada publicación de textos de auto-ayuda ofreciendo soluciones desde distintas orientaciones dan cuenta de su vigencia. El mensaje de la palabra es «la promesa de otro día». Se deriva del verbo procrastinare que combina el prefijo pro «hacia adelante» con crastinus «el mañana». Es decir trasladar algo hacia adelante, de un día hacia el siguiente. La Real Academia Española lo explica como diferir o aplazar. Pero lo hemos hecho sinónimo de posponer, postergar o relegar, implicando el dar menor importancia o dejar para después algo que se tenía previsto hacer. La adición del Oxford English Reference Dictionary señalando que se trata de «diferir una acción, especialmente sin razón valedera» introduce la no justificación o la inconveniencia de esa postergación voluntaria. En conclusión se trataría de una brecha entre la intención y la acción, aún estando conscientes del detrimento de no actuar.
¿Por qué procrastinamos?
Inicialmente, los investigadores destacaron el sufrimiento y las desventajas en el desempeño de los procrastinadores, especialmente los crónicos. Luego surgieron dos tendencias explicativas, unas haciendo énfasis en la dificultad de decidir y mal manejo del tiempo y otras relacionadas con el manejo emocional e influencia de cómo somos percibidos por otros. El auto-control y la fuerza de voluntad empezaron a considerarse piezas clave para evitar la procrastinación.
Investigaciones recientes han abierto nuevas perspectivas para su estudio integrando los conocimientos relacionados con los procesos cognitivos, características de la personalidad y control emocional hacia un fenómeno complejo multifactorial. Desde la neuropsicología y la psicología positiva se han introducido nuevos aspectos para su análisis. La posibilidad de observar imágenes cerebrales ha contribuido a precisar disfunciones en la función ejecutiva relacionadas con la procrastinación. Por su parte, desde la perspectiva positiva, se han comprobado mejores resultados a largo plazo, cuando las personas tienen una visión más compasiva de sus episodios de procrastinación.
Dependiendo de la situación y características de los individuos, que demuestran una neuropsicología saludable en general, los investigadores encontraron cierta disfunción en el centro ejecutivo del cerebro. Las escalas de funcionamiento ejecutivo que se encontraron relacionadas con la procrastinación fueron la impulsividad, autocontrol, planificación y organización, cambio frecuente de actividad, iniciación de tareas, persistencia en la tarea, control emocional, memoria reciente, orden general. Se espera que futuras investigaciones amplíen estos promisorios avances.
Posibles estrategias a explorar
La interactividad de factores que intervienen en la procrastinación nos sugiere que para abordar efectivamente esta dificultad se requiere primeramente que la persona reconozca que está procrastinando. Debe estar consciente de los perjuicios que sufrirán o que están sufriendo al demorar la acción; bien sea el estrés, angustia o culpa en el corto plazo o no lograr lo propuesto en el mediano o largo plazo. Las estrategias entonces se dirigirán a fortalecer las capacidades cognitivas, emocionales y/o ejecutivas dentro de las particularidades de la situación que motivan su inacción.
· Enamorarnos de la tarea. Al procrastinar se tiende a maximizar lo negativo de la tarea que estamos posponiendo y pasar por alto los beneficios que obtendremos al hacerlo. Se recomienda visualizar una imagen – tan vívida como sea posible – de cómo nos sentiríamos al terminarla y qué valor tiene para nosotros esta tarea como un paso en el logro de metas significativas en el largo plazo.
· Prepararnos para la acción. Después de tener claro que no es tan terrible lo que nos hemos propuesto hacer y apreciar ciertas ventajas al hacerlo, debemos organizar lo que requerimos para llevarlo a cabo y fijarnos un tiempo para abrir un espacio de trabajo (físico y mental). Reunir los útiles, referencias o instrumentos a utilizar y hacernos un esquema mental de los pasos iniciales a seguir. Es más difícil empezar una tarea dentro de un caos de papeles en el escritorio y cuando se carece de una dirección que nos guíe.
· Fortalecer la fuerza de voluntad. Estamos motivados, tenemos todo a mano, finalmente llega el momento de actuar y nos sentimos paralizados o buscando entretenernos con cualquier cosa ¿Cómo romper el círculo negativo y disponernos a actuar? Investigadores plantean que la fuerza de voluntad es análoga al músculo que puede ser fortalecido con la práctica, pero que también se fatiga por el exceso de uso. Si lo empleamos tomando decisiones sin importancia, estamos más débiles y vulnerables cuando necesitamos recurrir a ella para introducir nuevos hábitos. Después de un día complicado, debemos recordar que al tener la fuerza de voluntad en un nivel bajo, estaremos propensos a retomar los hábitos que deseábamos cambiar. Podemos fortalecer este músculo a diario dando pequeños pasos hacia nuestras metas, a pesar del esfuerzo que ello implique.
· Activarnos para actuar. Shawn Achor nos recomienda aplicar «la regla de los 20 segundos» para disminuir pasos previos a la acción y evitar decisiones adicionales exponiéndonos a procrastinar. Se trata de recortar 20 segundos el tiempo requerido para iniciar lo que nos proponemos hacer y demorar 20 segundos la posibilidad de retomar el hábito que deseamos cambiar. Ayuda el dejar la ropa preparada por la noche si queremos hacer ejercicio a primera hora o dejar planificada la ruta de trabajo para cuando retornemos a la computadora. Por el contrario, si queremos dejar de hacer algo, debemos entorpecer el impulso inicial que nos lleva a ello. Quitarle las pilas al control remoto o poner en el estante más alto lo que queremos dejar de comer. Veinte segundos de ahorro energético hacen la diferencia, pruébenlo.
· Después de procrastinar. Se ha comprobado que las personas con una mayor compasión por sí mismas, cuando – a pesar de sus buenas intenciones – no han podido dejar de procrastinar, tienen mayor probabilidad de dejar de hacerlo en el futuro. Recordar que todos procrastinamos en algún momento y que las luces de alarma al sentirnos mal por ello son un alerta para entendernos mejor y actuar en consecuencia.
Jeanette Díaz
Nota sobre la autora:
Jeannette Díaz es Doctora en Educación de la Universidad de Massachusetts, Amherst, Profesora Titular Jubilada de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela. Durante sus 28 años como docente, Coordinadora Académica y Coordinadora de Investigación disfrutó siendo mentora y coach de estudiantes y profesores apoyándolos en el desarrollo de sus habilidades creativas y progreso en sus carreras docentes. Formalizó esta área de interés cursando estudios y obteniendo la Certificación como Integral Master Coach® de Integral Coaching Canada. Es miembro de la Federación Internacional de Coaches (PCC). Actualmente trabaja como coach, ayudando a sus clientes en el logro de transiciones exitosas en el ámbito personal o profesional. Página web de Jeannette Díaz