Nelson Mandela nació en Rolihlahla, en Sudáfrica el 18 de julio 1918 y murió el 05 de diciembre 2013, a la edad de 95 años. La vida por aquellas fechas – un período de conmoción nacional e internacional sin precedentes, de una injusticia monstruosa y de una frágil esperanza – se definió por el coraje y el compromiso unido a la inclusión y la igualdad. Mandela fue cofundador de Umkhonto we Sizwe (La Lanza de la Nación) en 1961. En el juicio de Rivonia, en abril de 1964, él citó de su manifiesto: «Llega el momento en la vida de cualquier nación cuando solo quedan dos opciones: someterse o pelear». Sus razones para luchar eran doble: «la pobreza y la falta de dignidad en el ser humano». El siguiente pasaje de su discurso muestra por qué Mandela fue una figura tan importante en la historia de la lucha, no solo por la justicia y la libertad, sino también por el derecho a la salud:
“La pobreza va de la mano con la desnutrición y la enfermedad. La incidencia de la desnutrición y las enfermedades por deficiencias es muy alta entre los africanos. La tuberculosis, pelagra, kwaskiorkor, gastroenteritis, y el escorbuto traen muerte y destrucción de la salud. La incidencia de la mortalidad infantil es una de las más altas del mundo. De acuerdo con el Médico Oficial de Salud de Pretoria, se estima que la tuberculosis mata a cuarenta personas al día, casi todos los africanos, y en 1961 hubo 58.491 casos nuevos reportados. Estas enfermedades, Mi Señor, no solo destruyen órganos vitales del cuerpo, sino que terminan en condiciones de retardo mental, falta de iniciativa y reducen la capacidad de concentración. Los resultados secundarios de tales condiciones afectan a toda la comunidad y la calidad del trabajo realizado por los africanos”.
La cooperación de Nelson Mandela con la salud mundial es amplia y profunda. Por ejemplo, el presidió el Consejo del Fondo para las Vacunas (The Vaccine Fund), el instrumento financiero establecido para movilizar recursos para la Alianza Mundial para Vacunas e Inmunización (GAVI). Pero su contribución a la derrota del SIDA fue su mayor legado a la salud mundial. Ya, su defensa de las personas que viven con el SIDA se puso de manifiesto en 1992. En un discurso en Johannesburgo, vio claramente al SIDA no sólo como una amenaza médica, sino también como un desafío a «todo el tejido socioeconómico de nuestra sociedad». Fue uno de los primeros dirigentes políticos en identificar a las mujeres como las «más seriamente afectadas por el virus del SIDA». Ninguno de los que asistieron a la XIII Conferencia Internacional de SIDA celebrada en Durban, en julio de 2000, se olvidará de su presencia electrizante en la sala: la sensación de que se estaba haciendo historia a medida que hablaba. Tampoco olvidaran su severa advertencia: «El SIDA es claramente un desastre, al eliminar eficazmente los beneficios del desarrollo en las últimas décadas y sabotear el futuro». Como con La Lanza de la Nación, Mandela vio el SIDA como la lucha urgente para la nueva generación – una «determinación de África para pelear esta guerra». Era – y sigue siendo – una guerra para defender «a los pobres, quienes en nuestro continente llevarán una vez más una carga desproporcionada de este flagelo». Prosiguió el subsecuente trabajo para la recaudación de fondos para el VIH/SIDA mediante su caridad con el nombre 46664 – tomado de su número como prisionero en la isla de Robben – y la defensa del trabajo para promover el cuidado de la salud y reducir el estigma que significa su pérdida, sentida particularmente fuerte, en la comunidad del SIDA.
Con una intuición característica, Mandela también vio que el impacto del SIDA en África era simplemente la señal de un desafío mayor: la desigualdad económica, educativa y política. Y él llegó a encarnar ese desafío. Al hacer que los derechos humanos fueran el centro del discurso político global, Mandela impulsó a los que detectaban el poder a volverse más profundamente consciente de sus deberes – y a los marginados a volverse más transparentemente conscientes de sus derechos. Los movimientos actuales dirigidos hacia la cobertura universal de salud y los objetivos de desarrollo sostenibles, le deben mucho a su visión.
Los homenajes a Mandela seguirán apareciendo en las semanas, meses y años por venir. Sin embargo, el legado de una persona no está en las palabras dichas después de su muerte, sino en las acciones de las personas cuyas vidas han sido tocadas. «A veces llega el momento para que una generación alcance su grandeza», dijo Mandela en 2005 por la urgencia de poner fin a la tragedia de la pobreza. “Sean ustedes esa gran generación. Dejen que florezca su grandeza. Naturalmente, la tarea no será fácil. Pero no hacerlo sería un crimen contra la humanidad, contra el cual, le pido al mundo ahora se levante”. Es inimaginable que cualquier historia futura sobre la lucha mundial por la salud del ser humano y la equidad no sea aclamada en el nombre, honor y valor de Nelson Mandela.
Traducción libre de Irene Pérez Schael