Las dietas pocos saludables, como aquellas ricas en grasas saturadas, azúcares, sal y grasas trans, representan un riesgo para las enfermedades crónicas. Están asociadas al sobrepeso, obesidad y a las enfermedades crónicas como diabetes, enfermedades cardiovasculares y cáncer; las cuales, cada año son responsables de 35 millones de muertes o el 60% de todas las muertes en el mundo. Por otro lado, 43 millones de niños pre-escolares son obesos o tienen sobrepeso.
Esta situación plantea retos para la salud pública ya que se deben reducir costos y las consultas o ingresos a los sistemas de salud, porque en el futuro estarán cada vez más congestionados. Esta necesidad es evidente, particularmente cuando somos más longevos y la población de la tercera edad crece aceleradamente. Es decir que para que en un período cercano, los sistemas de salud sean suficientes para atender a la población, es importante disminuir la demanda de atención curativa mediante la prevención. Si no se toman ahora medidas, los sistemas de salud serán impagables e inaccesibles para gran parte de la población. Esto es particularmente cierto, para los ciudadanos de la tercera edad que demandan la mayor atención médica. Vivimos en la época de la prevención para garantizar una longevidad saludable.
En este contexto, el consumo de comida rápida o comida chatarra, que aporta menos nutrientes saludables y más calorías, constituye un riesgo para la salud. Es imperativo abordar este problema pero se dificulta dada su complejidad. El análisis para decidir las intervenciones de políticas públicas involucra distintos aspectos como la libertad individual para decidir, la salud pública y los intereses de las partes interesadas, entre las cuales la industria juega un papel muy importante.
¿Cómo se puede trabajar para disminuir el impacto del consumo de comida poco saludable, rica en grasas, azúcar, sal y calorías, en la salud pública?
Pienso que el factor indiscutible en este proceso es la educación para cambiar los hábitos de consumo, aunque el impacto sea menor en el corto plazo.
En este orden de ideas, un relato sobre la influencia de las normas sociales en la escogencia de un restaurante para ir a cenar, retrata el complejo mundo de la conducta social. En esta historia, Andrew cuenta que un amigo quería celebrar que había obtenido su licencia de conducir, lo que indica la edad de los protagonistas de esta historia. Acordaron entonces ir a comer fuera. Sin embargo, resultó muy difícil la escogencia del restaurante, por lo que al final decidieron ir a un McDonald’s, por lo rápido y práctico, para luego ir al cine. Andrew comenta que su escogencia, tomada bajo la presión de las normas sociales, se basó en la rapidez y conveniencia de la comida y la poca tradición de compartir una cena con amigos o con la familia. Añade que este hecho muestra como la comida rápida está profundamente arraigada en la cultura norteamericana, a pesar de que se conoce lo dañino que representa esta comida para la salud.
La cultura norteamericana contrasta con la francesa. En Francia, donde el 11% de los adultos son obesos, el comer es un placer, mientras que en los Estados Unidos, donde el 30% de los adultos son obesos, se come por otras razones distintas al placer. Este tema lo trata Mireille Guiliano, una americana francesa, en su libro “French Women don’t get fat: the secret of eating for pleasure” y en su web “French women don’t get fat”, creada para ayudar a la mujer norteamericana a comer mejor y hacerlo por placer. La reconocen como la embajadora de Francia en Estados Unidos y la llaman la campeona de los negocios y los grupos de trabajo para promover oportunidades de negocios y educación para la mujer. Esta iniciativa es una pequeña contribución para educar a esta sociedad sobre cómo se debe comer.
Este hábito que se está trasladando a otras sociedades, como lo comenta la Organización Mundial de la Salud (OMS) en su documento “El peso de la riqueza”.
Un movimiento que trabaja en esta misma dirección es el llamado “Slow Food” o “Comida Lenta”, fundado en 1989 para contrarrestar el crecimiento de la comida rápida y ayudar a la gente a vivir mejor. Tienen representación en más de 150 países y promueven el placer de comer combinado con la ecología y la protección al medio ambiente.
Sin embargo, estas son iniciativas de grupos pequeños o individuos. Lo crucial sería estimular la educación en nutrición y salud desde la escuela y el hogar, mediante programas nacionales de seguridad alimentaria y nutricional.
Otros vértices para abordar este problema incluyen regulaciones para las cantinas escolares, disminuir las raciones que venden en los establecimientos de comida rápida o reducir la publicidad dirigida a los niños sobre este tipo de alimentos.
El problema del tipo de comida que venden en las cantinas escolares es mundial y es decisivo para establecer generaciones de consumidores de alimentos con buenos hábitos alimenticios y, paulatinamente, ir cambiando la sociedad.
MiradorSalud ha tocado el tema de las cantinas escolares y de las políticas públicas para proteger a los niños en varios artículos: ¡A por los comedores y cantinas!; ¿Está la obesidad fuera de control en América Latina? I. México y Brasil reaccionan ante la pandemia; ¿Está la obesidad fuera de control en América Latina? II. Costa Rica y Chile reaccionan ante la pandemia. Por ejemplo, en México están legislando para regular el tipo de alimentos que se consume en las escuelas del país. En Brasil y Chile, regulan la publicidad y mercadeo de los productos o alimentos “chatarra”. En Costa Rica, están regulando la venta del tipo de alimentos que venden en las cafeterías de las escuelas y recientemente prohibieron las ventas de la comida chatarra y bebidas gaseosas en los colegios públicos.
Otro tipo de medidas para enfrentar el efecto del consumo acelerado de comida rápida es la intervención del gobierno en el tamaño de raciones de comida. Por ejemplo, en Nueva York, el alcalde Michael Bloomberg, promocionó la ley que prohíbe la venta de gaseosas azucaradas de tamaño grande, iniciativa que no solamente impacta la cantidad de alimento consumido sino que intenta cambiar el hábito que tiene el norteamericano de consumir raciones gigantes.
Otra medida sería negociar con la industria el cambio del contenido nutricional de este tipo de alimentos, tarea algo difícil, o la inclusión de alimentos saludables en este tipo de establecimiento, como ocurrió en la pelea de las Clinicas de Cliveland y el MacDonald’s.
En Canadá, el contenido de sal en las comidas rápidas es muy alto y nada saludable, según un estudio reciente. El estudio reveló un contenido mayor de sal en los establecimientos en Canadá cuando se compararon con los del Reino Unido, donde la industria, por requerimiento del gobierno, redujo el nivel de sal en este tipo de comida.
Sin embargo, en Canadá, a pesar de los acuerdos entre la industria y el gobierno de bajar la sal, no se han reducido sustancialmente sus niveles en estos alimentos. La industria alega que este proceso debe ser lento porque si no afectaría las ventas e insiste en la educación de la población. ¡Y es que la sal crea adicción! Pero prometieron llegar a la meta pautada en el 2016. Esto muestra lo complejo de la situación.
En Perú, el Ministro de Salud apoyó la iniciativa de ponerle impuestos a la comida chatarra. Medida que la Organización Panamericana de la Salud (OPS) no ve descabellada. Comenta Fernando Leanes, el representante de la OPS en Perú, “así como las grandes cadenas de comida rápida invierten millones de dólares en publicidad, los diferentes estados deberían, por su parte, promover alimentos más sanos, como las frutas y verduras, incluso en las escuelas”.
En conclusión, el problema es muy complejo. Para ayudar a los gobiernos en esta difícil tarea, en 2012, la OMS actualizó sus recomendaciones para proteger a los niños mediante la implementación de políticas públicas para la regulación del mercadeo de las comidas y bebidas no saludables que deben acometer las autoridades de cada país.
Irene Pérez Schael
3 Comentarios
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