En esta oportunidad MiradorSalud ha dirigido su foco hacia la polémica que ha generado la publicación de varios estudios recientes que contradicen cuatro décadas de advertencias, promovidas e impulsadas por médicos y especialistas en salud pública, sobre los riesgos que acarrea para la salud cardiovascular el consumo de dietas con alto contenido de grasas.
Es difícil pasar por alto los hallazgos del estudio publicado en la revista Annals of Internal Medicine, el 2 de septiembre de 2014, ya que los medios de comunicación internacionales, representados por prestigiosas revistas y periódicos, difundieron ampliamente la noticia a través de titulares y comentarios provocativos como, por ejemplo: “si usted está tratando de perder peso, las grasas podrían ser sus aliados”.
El estudio, realizado por un equipo de investigadores de la Universidad de Tulane, en Nueva Orleans, reportó que las personas que siguieron la dieta baja en carbohidratos y alta en grasas perdieron más peso y grasa corporal, además, presentaron una reducción de los factores de riesgo cardiovascular, en comparación con los individuos que consumieron la dieta baja en grasas.
Los investigadores reclutaron 148 participantes integrados por hombres y mujeres de diferentes orígenes raciales, que no presentaban desde el punto de vista clínico enfermedad cardiovascular ni diabetes y les asignaron al azar una dieta baja en grasas (menos de 30% de las calorías diarias) o una dieta muy baja en carbohidratos (menos de 40 g al día) y alto contenido de grasas. Todos los participantes eran obesos de acuerdo con el índice de masa corporal. Ambos grupos recibieron asesoramiento dietético a intervalos regulares, no se les impuso metas específicas en cuanto al consumo de calorías y se les hizo un seguimiento durante 12 meses.
El grupo que consumió un alto contenido de grasas siguió una dieta tipo Atkins modificada. Se les pidió que comieran principalmente proteínas y alimentos ricos en grasas insaturadas como las que se encuentran en los pescados grasos y el aceite de oliva, además, se les indicó que los pocos carbohidratos que podían consumir fueran complejos y evitaran los refinados. También se les permitió consumir cantidades moderadas de alimentos con grasas saturadas como el queso y carnes rojas.
Es importante resaltar que el contenido de carbohidratos de la dieta rica en grasas era muy bajo, menos de 40 g/día, mientras que una dieta balanceada de 2.000 calorías incluye 240 g/día de este macronutriente.
Un ejemplo de un día típico de la dieta de este grupo podría incluir huevos para el desayuno, ensalada de atún para el almuerzo, y algún tipo de proteínas para la cena como carne roja, pollo, pescado, carne de cerdo o queso de soja (tofu) con vegetales. También podían consumir cantidades moderadas de frutas y leguminosas. Igualmente, se les recomendó el uso de aceite de oliva o canola y se les permitió la ingesta de mantequilla.
En general, 13% de las calorías diarias provenían de grasas saturadas, más del doble del límite de 5% recomendado por la American Heart Association. Sin embargo, al analizar el consumo total de grasas, la mayor parte no eran saturadas.
La dieta baja en grasas incluía más cereales, almidones, vegetales y leguminosas. Los participantes de este grupo redujeron la ingesta total de grasas a menos de 30% de sus calorías diarias, mientras que el otro grupo la aumento a más de 40% de las calorías diarias.
Al cabo de un año de seguimiento, las personas que siguieron la dieta baja en carbohidratos y alta en grasas perdieron más peso y grasa corporal, además, presentaron una reducción de los factores de riesgo cardiovascular, en comparación con los individuos que consumieron la dieta baja en grasas.
Es importante resaltar que, aun cuando, la cantidad e intensidad del ejercicio físico que realizaron ambos grupos fue similar, los participantes de la dieta baja en carbohidratos y alta en grasas perdieron 4kg más, en comparación con los integrantes del otro grupo, posiblemente debido a la mayor saciedad que produce la ingesta de proteínas y grasas.
Los participantes que consumieron la dieta baja en carbohidratos presentaron reducción de los triglicéridos y de los marcadores de inflamación y se observó un aumento mayor del colesterol HDL (“bueno”) y menor pérdida de masa muscular, en comparación con el grupo que consumió la dieta baja en grasas. El colesterol LDL (“malo”) se redujo de modo similar en ambos grupos.
Una de las limitaciones del estudio fue que duró un año, lo cual no permitió evaluar si la reducción de los factores de riesgo observados se reflejarían posteriormente en la disminución de la incidencia de enfermedad de las arterias coronarias, infarto de miocardio y accidente cerebrovascular.
Estos hallazgos son parte de un amplio debate sobre qué alimentos son los más adecuados para bajar de peso, prevenir la enfermedad cardiovascular y para la salud en general.
Reducir la ingesta total de grasas, un desastre para la salud pública
La noción de que las grasas de la dieta podrían ser perjudiciales, especialmente las grasas saturadas, surgió hace más de cuatro décadas.
Uno de los estudios pioneros, que comenzó en 1958, fue realizado por un equipo de investigadores liderados por el Dr. Ancel Keys, fisiólogo de la Universidad de Minnesota. Fue un trabajo epidemiológico de grandes dimensiones que ha durado varias décadas, conocido como el Estudio de los Siete Países, el cual continúa en desarrollo actualmente.
Los autores de esta ambiciosa investigación analizaron los datos de 12.000 hombres saludables de 40 a 59 años que vivían en Yugoslavia, Grecia, Italia, Holanda, Finlandia, EE.UU. y Japón.
Los resultados revelaron que la dieta que consumían los habitantes de Grecia, Italia, Yugoslavia y Japón se asociaba a una menor incidencia de enfermedad cardiovascular.
Sin embargo, en Finlandia y los Estados Unidos, donde el consumo de grasas saturadas era alto, la incidencia de enfermedad cardiovascular fue 10 veces más elevada, en comparación con los habitantes de los países mediterráneos.
El Dr. Ancel Keys y su equipo encontraron que el consumo de grasas saturadas se asociaba significativamente con la incidencia de enfermedad de las arterias coronarias, mientras que la ingesta total de grasas no se asociaba a esta afección.
De hecho, la ingesta total de grasas en la isla de Creta era tan alta como la de Finlandia, país que tenía la incidencia más elevada de enfermedad de las arterias coronarias en ese momento. Sobre la base de ese hallazgo, el Dr. Keys sugirió que era el tipo de grasa que consumían los habitantes de Creta, así como la dieta mediterránea en general, lo que determinaba el bajo riesgo de desarrollar enfermedad de las arterias coronarias.
Igualmente, la investigación del Dr. Keys sugirió que las dietas con alto contenido de grasas saturadas y colesterol aumentaban los niveles de colesterol total en sangre. Sin embargo, reconoció que los hallazgos del estudio no revelaban una relación causa-efecto y recomendó realizar más investigaciones al respecto.
En la década de los años setenta, el Dr. Keys y el Dr. Hegsted junto a otros investigadores concluyeron que los diferentes tipos de grasas de la dieta tenían efectos diversos sobre los niveles del colesterol total y sus fracciones en la sangre y que las grasas poliinsaturadas reducían los niveles de colesterol.
A principios de la década de los noventa el Dr. Walter Willett, actual presidente del Departamento de Nutrición de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard, junto a un equipo de investigadores determinó que las grasas trans elevaban los niveles en sangre del colesterol LDL (“malo”) y reducían el colesterol HDL (“bueno”). Por otra parte, científicos de diferentes nacionalidades demostraron casi simultáneamente que las grasas saturadas, aumentaban tanto el colesterol LDL como el colesterol HDL.
Desafortunadamente, a pesar de los hallazgos reveladores obtenidos en las investigaciones realizadas durante la década de los ochenta y noventa, el mensaje de que algunas grasas eran buenas para la salud, mientras otras eran dañinas no fue trasmitido al público general. Los médicos y científicos a cargo del Instituto Nacional del Corazón, Pulmones y Sangre y del Programa Nacional para la Educación sobre el Colesterol decidieron, a mediados de la década de los ochenta, simplificar el mensaje y optaron por el camino más corto: reducir la ingesta de todas las grasas, a pesar de la poca evidencia de que este consejo simplista podría prevenir la enfermedad cardiovascular.
El público general aceptó el mensaje. Muchas personas preocupadas por su salud redujeron las calorías que aportaban las grasas, pero las sustituyeron por calorías provenientes de carbohidratos como los almidones (papas), productos elaborados con harinas altamente refinadas como el pan blanco, cereales muy procesados y, además, aumentaron la ingesta de azúcar añadida.
Igualmente, la industria de alimentos se dedicó a eliminar total o parcialmente las grasas de algunos alimentos procesados y las reemplazó por carbohidratos como el azúcar. Los anaqueles de los supermercados se llenaron de aderezos para ensaladas bajos en grasa, leche, helados y yogures descremados y carnes procesadas (jamones) de bajo contenido graso.
No todas las grasas se comportan igual
Muchos investigadores, actualmente, coinciden al opinar que la campaña contra el consumo de todo tipo de grasas tuvo consecuencias no deseadas como la de haber contribuido con la actual epidemia de obesidad y diabetes.
Ensayos clínicos más recientes y mejor diseñados han revelado un panorama más complejo. Un estudio muy riguroso y de grandes dimensiones publicado en la prestigiosa revista New England Journal of Medicine, en abril de 2013, demostró que los participantes que consumieron una dieta mediterránea suplementada con aceite de oliva virgen extra o frutos secos como las nueces redujeron 30% su riesgo de desarrollar eventos como accidente cerebrovascular, infarto de miocardio y muerte por enfermedades cardiovasculares, en comparación con aquellos individuos que siguieron una dieta baja en grasas.
Este estudio reveló las bondades del aceite de oliva, que tiene un alto contenido de ácidos graso monoinsaturados (ácido oleico) y de los frutos secos como las nueces ricas en grasas poliinsaturadas como el omega 3.
Grasas saturadas versus carbohidratos
La razón por la cual las grasas saturadas han tenido una mala reputación se debe a que estas elevan los niveles del colesterol LDL (“malo”), que es el que aumenta el riesgo de desarrollar enfermedad de las arterias coronarias. Sin embargo, la LDL que aumenta con la ingesta de grasas saturadas pertenece a un subtipo (patrón A) de partículas grandes que generalmente son benignas. Pero, además, las grasas saturadas también elevan los niveles de la HDL o colesterol “bueno”, lo cual aumenta la complejidad de los efectos de estos nutrientes.
Por otra parte, las partículas más pequeñas y densas de la LDL (patrón B) aumentan con la ingesta de carbohidratos refinados y son más peligrosas, ya que se oxidan fácilmente y contribuyen con los procesos inflamatorios y la formación de la placa de ateroma que estrecha las arterias.
Usualmente, las partículas pequeñas de la LDL coinciden con niveles bajos del colesterol HDL y triglicéridos altos, que también aumentan con la ingesta excesiva de carbohidratos refinados, todos factores de riesgo tanto para infarto de miocardio como accidente cerebrovascular isquémico.
No todas las grasas saturadas son iguales
Por otra parte, un estudio publicado en la revista Lancet Diabetes & Endocrinology, en agosto de 2014, reveló que el tipo de ácidos grasos saturados que aumentan el riesgo de infarto de miocardio y diabetes tipo 2 son aquellos que se producen en el hígado (de-novo lipogenesis) a partir de los carbohidratos de la dieta como el alcohol, bebidas azucaradas y alimentos ricos en almidones como la papa. Mientras que las grasas saturadas provenientes de productos lácteos se asociaron a una baja incidencia de diabetes tipo 2. Estos hallazgos revelan nuevamente la complejidad de los efectos de los diferentes tipos de grasas saturadas y los carbohidratos refinados.
Por lo tanto, es importante resaltar que el consumo elevado de carbohidratos refinados puede causar alteraciones metabólicas muy graves, incluso peores que las ocasionadas por el consumo de grasas saturadas, en personas sedentarias con sobrepeso y obesidad.
Recomendaciones
Los carbohidratos son indispensables en una dieta balanceada. Trate de comer cantidades moderadas de estos nutrientes y sustituya los refinados por granos enteros como el arroz integral, la quinoa y el trigo integral (bulgur). Desafortunadamente, el pan, incluso el elaborado con harina integral tiene un índice glicémico alto, por lo tanto, es prudente limitar su consumo.
Ingiera 5 porciones de frutas y hortalizas al día.
Los frutos secos como las nueces y las leguminosas como los frijoles, los garbanzos y las lentejas son una excelente fuente de carbohidratos complejos, fibra dietaria y proteínas.
En cuanto a las proteínas de origen animal, incluya en su dieta pescado, particularmente graso como la sardina y el salmón, carnes de aves y pequeñas porciones de productos lácteos tales como el yogur y el queso. Las carnes rojas deben consumirse ocasionalmente y debe evitarse la ingesta elevada de proteínas, ya que se ha asociado a un aumento de la incidencia de cáncer y diabetes tipo 2.
Consuma alimentos ricos en grasas saludables como el aguacate, los frutos secos de cáscara, y aceites como el de oliva, canola y soya.
La información nutricional sustentada por estudios serios y confiables, más un toque de creatividad culinaria pueden garantizarle una vida más saludable.
Dra. Berdjouhi Tsouroukdissian