Existe una gran necesidad de desarrollar -a nivel poblacional- enfoques preventivos universales y efectivos para desórdenes mentales comunes, como la depresión y la ansiedad, los cuales constituyen un problema mayor de salud pública a escala mundial.
La depresión unipolar es responsable de una de las mayores cargas de discapacidad, que reduce la capacidad funcional, y aumenta el riego de mortalidad precoz por todas las causas de muerte.
En la mayoría de los problemas médicos -desde las infecciones hasta el cáncer y las enfermedades cardiovasculares- se ha privilegiado siempre el enfoque de prevención.
Sin embargo, cuando se trata de desórdenes psiquiátricos, la prevención como un enfoque de salud pública ha recibido menos atención, prevaleciendo los tratamientos individualizados o personalizados.
Una de las grandes complejidades del paradigma preventivo en psiquiatría es la gran cantidad de factores interactuantes, que son además, de plasticidad y reversibilidad variable.
Mientras que otros factores potencialmente modificables como la inequidad social, el abuso infantil y el abuso de alcohol y drogas, juegan un papel muy importante en el riesgo de depresión, los esfuerzos preventivos podrían dirigirse también, a áreas de mayor plasticidad y alcance, sin dejar de reconocer el impacto de los otros factores.
Uno de esos factores plásticos es el Estilo de Vida, un término que incluye, la Dieta, la Actividad Física y el Tabaquismo, entre otros.
Estos tres factores contribuyen de manera muy importante a las enfermedades crónicas no transmisibles (ECNT), como el cáncer, las enfermedades cardiovasculares y la diabetes.
Muchos estudios sugieren que los mismos factores modificables de estilos de vida son también factores de riesgo de las enfermedades mentales.
De hecho, la identificación a lo largo de la vida de los individuos, de factores de riesgo modificables, tanto sociales como biológicos, y la necesidad de avanzar en la prevención e implementación de intervenciones tempranas, fueron postuladas en el año 2011 en la prestigiosa revista Nature, como los dos primeros grandes desafíos para la salud mental global.
Un grupo de científicos australianos y suecos, ha postulado recientemente la inclusión de los desórdenes mentales comunes dentro del gran paraguas de ECNT, influenciadas por las prácticas habituales de los estilos de vida.
Los autores hacen este llamado en un interesante artículo, publicado en BMC Medicine.
En este contexto, existe mucha evidencia que señala por ejemplo, el papel de la inactividad física como un factor de riesgo común en los desórdenes mentales, y se ha demostrado que el ejercicio es efectivo como parte del tratamiento de los mismos.
Un estudio reciente realizado por investigadores de de la Universidad Deakin (Australia), concluye que las personas que tienen poca actividad física durante la infancia, son un 35 por ciento más propensas a padecer depresión que aquellas personas que realizaron actividad física regularmente en la niñez.
El estudio señala que la actividad física puede contribuir positivamente al desarrollo de células cerebrales durante la infancia y a la vez, ayuda a afrontar mejor, situaciones de estrés, y que los individuos con bajos niveles de actividad física tiene además poco apoyo social, lo que puede influir en padezcan depresión a lo largo de su vida.
Igualmente, hay evidencia de que el tabaquismo, es un factor de riesgo independiente, que aumenta la depresión.
Por otro lado, la calidad de la dieta es el área de más reciente atención en el campo de investigación de estilos de vida-salud mental.
En el año 2010, un estudio poblacional hecho con más de 1000 mujeres adultas señaló que aquellas que tenían una dieta típicamente “occidental”, eran más propensas a desarrollar problemas clínicos de depresión y ansiedad, que aquellas con dietas ricas en frutas, hortalizas, carnes magras, pescado, legumbres y cereales integrales. En la misma cohorte se encontraron también, asociaciones similares entre la calidad de la dieta y el desorden bipolar.
Investigaciones subsecuentes realizadas en Noruega (con más de 5.000 personas), y en el Reino Unido (con 3.500 empleados públicos), demostraron -con varios años de seguimiento- que los adultos con dietas de mejor calidad tenían menor posibilidad de deprimirse, mientras que una elevada ingesta de alimentos procesados se asoció a aumento de la ansiedad.
Por otro lado, un gran estudio en España (más de 10.000 personas), perteneciente a un gran proyecto que ya habíamos mencionado en MiradorSalud, demostró una asociación inversa entre el grado de adherencia a la dieta mediterránea y la depresión.
En este estudio se encontró igualmente, una relación positiva entre la depresión y el consumo de “comida chatarra”, y productos comerciales de pastelería.
Ahora, en abril de 2013, se han publicado en la revista Neurology, los resultados de un estudio considerado como el más amplio de su tipo hasta la fecha, realizado en EE.UU., con 17.478 afroamericanos y caucásicos con una edad media de 64 años, cuya salud fue estudiada exhaustivamente, así como sus hábitos alimentarios, encontrándose que los individuos que regularmente seguían una dieta de tipo mediterránea, eran un 19% menos propensos a desarrollar problemas cognitivos y de memoria que las personas con dietas occidentalizadas.
Un trabajo publicado en el año 2011, realizado en Grecia, que incluyó a madres que habían dado a luz recientemente, encontró que aquellas con una mejor calidad de la dieta durante el embarazo, tuvieron un menor riesgo de depresión post-parto. Otros estudios realizados en Japón, China, y EE.UU., obtuvieron resultados similares.
Es importante notar que estos resultados se sustentan igualmente con evidencias de que la concentración de folatos en el suero sanguíneo -que es un marcador de calidad de la dieta- predice el riesgo de depresión.
Ya que la adolescencia es la edad de riesgo para la aparición de desórdenes como la depresión, es importante notar que existen estudios similares realizados con poblaciones de niños y adolescentes.
Por ejemplo, una investigación realizada en Australia, con más de 1.300 adolescentes encontró que aquellos cuyas dietas se caracterizaban por exceso de “comida rápida”, carnes rojas, y caramelos, tenían más tendencia a la depresión que aquellos que consumían abundantes frutas y hortalizas.
Resultados semejantes se han encontrado en estudios realizados en China (más de 5.000 adolescentes), en Australia (2 estudios, uno con 7.000 adolescentes,y otro con 3.000), y en Alemania, Polonia, y Bulgaria (con 3.360 niños).
Se requiere sin embargo, encontrar más evidencia para demostrar el efecto causal de la dieta en los desórdenes mentales.
Mecanismos
La dieta, el ejercicio y el tabaquismo, pueden influenciar la salud mental mediante una serie de mecanismos o rutas, a través de la modificación de las neurotrofinas (proteínas que favorecen la supervivencia de las neuronas), críticas para la depresión.
Igualmente, afectan la inflamación sistémica, la cual se piensa que juega un papel en la génesis de la depresión. La inflamación es un mecanismo patofisiológico común, que se piensa que puede, al menos en parte, apuntalar las relaciones bidireccionales entre la depresión y las condiciones y las ECNT, como la obesidad y las enfermedades cardiovasculares y la diabetes tipo 2.
Esto sugiere a la desregulación inmune como una vía fisiopatológica clave y compartida, por medio de la cual, las malas prácticas en estilos de vida contribuyen tanto a las enfermedades mentales comunes como a las ECNT.
Prevención
El Informe Global de la Organización Mundial de la Salud sobre las Enfermedades Crónicas no Transmisibles para el año 2010, hace énfasis en el impacto de los determinantes de las ECNT, incluyendo los hábitos inadecuados de alimentación y de práctica de actividad física.
El Informe subraya y promueve en la población, amplias intervenciones preventivas que conduzcan a conductas saludables, para reducir las ECNT y menciona a los problemas mentales dentro de las condiciones no transmisibles, aunque no habla explícitamente de su prevención.
Sin embargo, el grupo de científicos que hace la propuesta de incluir las enfermedades mentales dentro de las ECNT, cree que es factible -y que aún estamos a tiempo- de usar el entendimiento y conocimiento emergente que tenemos acerca del impacto en la salud mental de las conductas saludables, para empezar a desarrollar iniciativas de prevención a nivel poblacional, lo cual es un gran reto.
Para ello, es necesario vincular políticas públicas con la epidemiología y la biología, así como diseñar investigaciones que intenten desentrañar los numerosos factores interactuantes de carácter social, médicos, conductuales, culturales y biológicos que impactan tanto en la calidad de la dieta por ejemplo, y la enfermedad mental, así como hacer revisiones sistemáticas de los estudios observacionales como los presentados anteriormente.
Igualmente, se requiere reunir e identificar biomarcadores que diluciden el papel de los factores biológicos, tales como el estrés oxidativo, los mecanismos neurotróficos y de inflamación en los estilos de vida y la enfermedad mental.
Otra estrategia importante sería aprovechar los estudios de intervención existentes en el campo de la investigación de prevención de la obesidad para evaluar el impacto de la mejora de estilo de vida en la salud mental, en particular en los jóvenes.
La mayoría de los problemas de salud mental tienen su inicio en la infancia y la adolescencia, y aquí es donde es probable que sea mayor el potencial para la prevención.
La reciente revisión de la Base de Datos Cochrane sobre las estrategias eficaces para prevenir la obesidad en los niños ha encontrado fuerte evidencia de los efectos beneficiosos de los programas de prevención de la obesidad infantil, sobre todo en los dirigidos a los niños de seis a doce años.
Dado que las estrategias empleadas para reducir la prevalencia de la obesidad en niños y adolescentes se superponen sustancialmente con el objetivo de reducir la prevalencia de problemas de salud mental en niños y adolescentes, a través de la mejora del estilo de vida, el potencial de apalancarse en los estudios existentes y planificados en este campo, y aplicar sus resultados en la prevención de la salud mental, es claro.
Este es sin duda un campo fascinante y promisorio para la investigación.
Mientras, nosotros como individuos podemos empeñarnos en conductas saludables, al saber que son adecuadas para nuestro cuerpo y también para nuestra mente.
María Soledad Tapia
Maria.tapia@5aldia.org.ve