En medio de la preocupación global acerca del deterioro de la calidad de la dieta de las poblaciones, sobre todo por el elevado consumo de comida “chatarra”, exceso de grasas saturadas, azúcar y sal, de alimentos ultraprocesados, y el alejamiento de los patrones de alimentación tradicionales en los que prevalecen ingredientes naturales, enteros, no procesados, y muchas frutas, hortalizas, verduras, y granos, sorprendentemente, la dieta de los niños de los Estados Unidos mejoró notablemente entre 1999 y 2012. No obstante, sigue siendo considerada como pobre, y con disparidades entre los subgrupos clave. Esto, de acuerdo a un nuevo estudio publicado en el American Journal of Clinical Nutrition que examinó la calidad de la dieta de más de 38.000 niños, de 2 a 18 años participantes en la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (NHANES).
Para calificar la calidad de la dieta se empleó la puntuación estándar de 100 puntos del Healthy Eating Index (HEI-2010), que es una medida de la calidad de la dieta que evalúa la conformidad con las directrices dietéticas para los estadounidenses (Dietary Guidelines). EL principal uso que hace la USDA (Departamento de Agricultura de los Estados Unidos) del HEI es monitorear la calidad de la dieta de la población de los Estados Unidos y la subpoblación de bajos ingresos.
Para ello, el Centro de Políticas y Promoción de la Nutrición (CNPP por sus siglas en inglés), utiliza los datos recopilados en las encuestas nacionales a través de recordatorios de 24 horas. Se utiliza para examinar las relaciones entre la dieta y los resultados relacionados con la salud (mortalidad, enfermedades crónicas, etc.), y para evaluar la calidad de los programas asistenciales alimentarios, los menús y el suministro de alimentos de los Estados Unidos. El HEI original fue creado por el CNPP en 1995. Las actualizaciones del HEI se han hecho a través de la colaboración entre el CNPP y el Instituto Nacional del Cáncer para reflejar las indicaciones de las Guías Alimentarias 2005 y las Guías Alimentarias 2010 para los estadounidenses. Actualmente se están llevando a cabo a la alineación entre el HEI y las Guías Alimentarias 2015-2020 para los estadounidenses, que fueron discutidas en MiradorSalud.
A lo largo del período de estudio en cuestión la media HEI-2010 aumentó de 42,5 a 50,9 ya que los niños comieron más alimentos saludables, como frutas enteras, y cada vez era más probable que evitaran «calorías vacías», como las bebidas azucaradas. La última mejora explicó aproximadamente un tercio de la mejora total.
De hecho, muchos de los 10 componentes que conforman el puntaje general de HEI-2010 mejoraron significativamente: calorías vacías; granos enteros; productos lácteos; fruta entera; fruta total; mariscos y proteínas vegetales, hortalizas y frijoles y ácidos grasos; alimentos proteicos totales; y granos refinados. Sin embargo, los resultados reflejaron un aumento en el consumo de sodio. En muchos casos la puntuación de los componentes mejoró, pero partiendo de niveles muy bajos, lo que sugiere que la nutrición de los niños estadounidenses necesita mejorar aún más. La puntuación promedio de los granos enteros es de sólo 2, que está muy por debajo de su máximo de 10, a pesar de que se observó una tendencia creciente. Igualmente, para fruta entera el óptimo es 5, pero el promedio obtenido fue de 2.1. En otras palabras, aunque la tendencia creciente es alentadora, el nivel de calidad actual de la dieta es decepcionante, de acuerdo a los autores.
Disparidades demográficas y con programas asistenciales alimentarios
Todos los subgrupos demográficos de los niños compartieron las ganancias de la calidad de la dieta, pero el ritmo variaba y las disparidades persistían.
La puntuación entre los niños negros no hispanos mejoró de 39,6 en 2012 a 48,4 en 1999, pero en el mismo período la puntuación de los blancos no hispanos aumentó de 42,1 a 50,2. De nuevo, si bien la brecha se redujo algo, persiste una clara disparidad.
Los autores examinaron también los correlatos económicos con la nutrición. Encontraron que a medida que aumentaba la riqueza de los hogares, también aumentaba el grado de ganancias en la mejora de la dieta. Las puntuaciones de la HEI-2010 aumentaron un 23,8 por ciento entre el tercio más rico de la muestra, el 19,2 por ciento entre el tercio medio y el 18,2 por ciento entre los tercios menos ricos.
Los autores también analizaron la calidad de la dieta entre los niños en programas federales de asistencia nutricional como:
- Supplemental Nutrition Assistance Program (SNAP)
- National School Lunch Program (NSLP)
- School Breakfast Program (SBP)
- Special Supplemental Nutrition Program for Women, Infants, and Children (WIC)
A lo largo del período de estudio, los resultados de HEI-2010 de los niños en familias que recibieron los beneficios del Programa de Asistencia de Nutrición Suplementaria (SNAP por sus siglas en inglés), e incluso del Programa Nacional de Desayunos y de Almuerzos, tuvieron índices de HEI más bajos con respecto a los niños que no recibían dichos beneficios, mientras que los niños beneficiarios del programa de Mujeres Infantes y Niños (WIC) tuvieron puntuaciones más altas que los niños que no recibían esa asistencia.
Esa diferencia podría estar relacionada en parte con la estructura de los programas. En el caso de SNAP, los consumidores pueden comprar casi cualquier alimento, y por supuesto, aprovechan aquellos que sean menos costosos, lo cual no es siempre el caso de los más saludables. WIC, por otro lado, limita las opciones de alimentos a los que se adhieren a las directrices dietéticas y esto ayuda a que se coma más sano. Con respecto a los programas escolares, se concluye que requieren mejoras, pero además, son solo una parte de lo que comen a diario, pues el resto de las comidas lo hacen en casa.
¿Podría considerarse este resultado un éxito de políticas públicas en los Estados Unidos?
Las evidentes mejoras en la dieta promedio de los niños estadounidenses hasta el momento, podrían atribuirse a la formulación de políticas exitosas. Se infiere que tanto los investigadores, como los encargados de formular políticas y las organizaciones no gubernamentales involucradas, han trabajado juntos adecuadamente para mejorar, por ejemplo, las directrices nutricionales. Otras iniciativas, como los impuestos a las bebidas gaseosas, podría desalentar aún más el consumo de calorías vacías.
Imposible sustraerse del caso Venezuela
Resulta muy difícil no establecer comparaciones con la realidad en nuestro país. El deterioro de la calidad de las dietas de los venezolanos es evidente. Basta recodar los resultados de ENCOVI-2015, comentadas ya por MiradorSalud, y esperar una desmejora tremenda y abrupta para 2016 con la disminución de la disponibilidad de «harina pan», arroz, pastas y aceite, y leche. Los granos y legumbres están escasos y muy caros, con lo que no se hacen las sustituciones posibles de proteína animal por vegetal. Algunas frutas estacionales como el mango irrumpieron en la dieta de manera inesperada, pero si bien constituyeron una fuente muy importante de fibra, vitaminas, minerales y antioxidantes, no puede ser considerada la fruta sola en sí misma, como un alimento completo.
Las sustituciones de harina de maiz precocida en forma de preparaciones diversas de raíces y tubérculos son muy interesantes. Sin embargo, se olvida algo importantísimo: nuestra harina de maíz precocida se enriquece con micronutrientes: hierro, vitamina A, tiamina, riboflavina y niacina (COVENIN Nº 2135:1996), de acuerdo al Decreto Nº 2.492 del 20 de Agosto de 1.992, pues se considera a la harina de maíz precocida, como “vehículo idóneo para aportar estos nutrientes por su fácil acceso, amasado y mezclado; preparación y cocción rápida, amplio consumo en la población venezolana, buen sabor de las preparaciones obtenidas con el producto y precio accesible”. Entonces, gran parte de la población que ya no puede acceder a harina de maíz precocida queda fuera de este programa de intervención nutricional y en consecuencia, se continúa favoreciendo la anemia, y el déficit de vitamina A y del complejo B.
Es extremadamente preocupante la escasez de leche para los niños, las proteínas para toda la población, y algo esencial: las grasas de buena calidad: sin disponibilidad y accesibilidad a aceites vegetales, ni tampoco a carnes rojas y de aves, y con los huevos cada vez más costosos.
La otra gran comparación se puede hacer con nuestros programas asistenciales. El Programa de Alimentación Escolar (PAE) creado en 1996, en sus inicios se focalizó en beneficiar a los sectores con mayor incidencia de pobreza. En 1999 se comenzó a instrumentar en todas las escuelas oficiales venezolanas, específicamente las de dependencia nacional, para niños y jóvenes entre 0 a 17 años. En los últimos años, su presupuesto se ha visto casi inalterado, a pesar de la inflación. En abril de 2016, el promedio de gasto en el programa equivalía a Bs. 6,35 diarios por niño. Con ese monto, cabe preguntarse qué es lo que reciben los niños inscritos en el sistema escolar nacional (4,3 millones de estudiantes en 2015).
Según datos del programa MiPAE del gobierno de Miranda, el presupuesto que en 2015 alcanzó para cubrir medianamente el programa en las escuelas estadales a lo largo del año, en 2016 apenas bastó para los primeros 4 meses del año, en un programa que ofrece dos comidas diarias a 105 mil alumnos.
El servicio de alimentación es cada vez más irregular en las escuelas oficiales, lo que ha tenido como consecuencia que las familias decidan no enviar a sus hijos a clase cuando falla este servicio.
De acuerdo al Observatorio Educativo de Venezuela, la situación se empeora pues hay costos que son asumidos por las comunidades sin ser reconocidos por el Estado. Uno de ellos es el costo del transporte de los insumos requeridos por el PAE – por ejemplo, los insumos para preparar las comidas no son llevados por el sistema a las escuelas y el Ministerio no pone el transporte para que los mismos lleguen, las comunidades deben entonces realizar una colecta periódica para alquilar el transporte con el que se llevarán desde las sedes de Mercal o PDVAL, a las escuelas.
Otra comparación inevitable es con CLAP: acrónimo oficial que significa Comité Local de Abastecimiento y Producción. Fueron creados en abril de 2016 como sistema paralelo de distribución de alimentos del gobierno de Venezuela, definida como una «nueva forma de organización popular encargada, junto al Ministerio de Alimentación, de la distribución casa por casa de los productos regulados de primera necesidad».
En las bolsas que se venden a precios regulados se incorporan productos seleccionados por el gobierno, por lo que se inferiría que están conformadas por lo que el Estado considera que sea el consumo adecuado para los venezolanos. No es así. El contenido de la bolsa se define por azar, no por lo que una familia necesita comer, sino por lo que se consigue, porque aparte de las limitaciones económicas, hay limitaciones enormes en el acceso físico a los alimentos, aún para el gobierno, pues con una caída brutal de la producción, sumada a una reducción severa de las importaciones, no hay productos suficientes para abastecer el mercado, ni siquiera sus propios centros y redes de distribución.
Ante este panorama es de esperar que el escenario de alimentación de los niños venezolanos sea terrible. De acuerdo a la Fundación Bengoa, en 2015, 25% de los alumnos dejó de ir a las escuelas examinadas por esa institución, porque no tenían qué comer, mientras que 30% de la población, de una muestra de 4.000 niños en 22 escuelas del país, sufren de malnutrición infantil y deficiencias de hierro, porcentajes que deben estarse agravando en lo que va de 2016.
No vemos mejora ni a largo ni corto plazo en la calidad de la dieta de nuestros niños.
María Soledad Tapia
Maria.tapia 5aldia.org.ve