Numerosas investigaciones demuestran que el costo de los alimentos afecta la ingesta alimentaria. Esto ha sido muy bien estudiado en países desarrollados. Sin embargo, no abundan datos científicos de esta naturaleza para los países de bajos y medianos ingresos.
El alto costo de los alimentos afecta particularmente la asequibilidad en los hogares que gastan una proporción considerable de sus ingresos en alimentos
¿Le suena esto familiar?
En mayo de 2018, según Datanálisis, el venezolano destinaba más del 70% de su ingreso al consumo de alimentos. A noviembre de 2018, seis meses después, con la rampante hiperinflación que devora el salario, esta estimación debe ser mucho mayor. ¿Qué queda para los otros gastos como transporte, vivienda y educación?
Está también demostrado que los aumentos en el costo de los alimentos resultan en estrategias de subsistencia tales como reducciones en la cantidad, calidad y diversidad de selecciones de alimentos, y el consumo de cantidades mayores de alimentos baratos y densos en energía.
Esto ocurre en situaciones de crisis cuando se violenta una de las dimensiones de la seguridad alimentaria y nutricional (SAN): la estabilidad en el acceso a los alimentos de manera periódica, consecuencia de fenómenos ambientales (inundaciones, sequías), inestabilidad política (descontento social, protestas), y cambios económicos (aumentos de los precios de los alimentos, desempleo, etc.). Todos ellos inciden en la condición de SAN de las personas.
Las diversas estrategias de sobrevivencia a las que recurren los hogares para hacer frente a las crisis pueden tener efectos duraderos y devastadores sobre el bienestar presente y futuro, en particular entre los grupos vulnerables.
Una mejor comprensión de estas estrategia y como aparecen y se establecen es fundamental para ayudar a diseñar acciones que puedan evitar que los hogares se muevan hacia medidas más desesperadas. Pueden usarse también como indicadores de alerta temprana lo que podría ayudar a prevenir pérdidas dramáticas en el bienestar.
Un estudio muy interesante por ejemplo, es el del impacto del alza en los precios de los alimentos durante la crisis alimentaria mundial de 2007/08 en la SAN en Afganistán, uno de los países más pobres, con mayor inseguridad alimentaria del mundo y con extensas zonas de conflictos. Se encontró evidencia de grandes disminuciones en el consumo real per cápita de alimentos y en la seguridad alimentaria (es decir, la ingesta de calorías per cápita y la diversidad dietética de los hogares) correspondiente a los shocks de precios. Los datos revelaron elasticidades de precios más pequeñas con respecto a las calorías que con respecto al consumo de alimentos, lo que sugiere que los hogares cambiaban la calidad por cantidad a medida que avanzan hacia los alimentos básicos y se alejan de los alimentos ricos en nutrientes como la carne y las verduras y frutas.
En Venezuela, las investigaciones de Cáritas de Venezuela y las encuestas de condiciones de vida del venezolano (ENCOVI) han descrito estrategias de supervivencia de la población venezolana acosada por los altos costos de los alimentos, la inflación y la pobreza.
Mencionemos los que registra Cáritas para el año 2016, cuando no había despegado la hiperinflación en Venezuela:
De 47 % a 61 % de los 217 hogares entrevistados cambiaron sus formas habituales de adquirir/comprar sus alimentos; entre 66 % y 71 % reportaron haber tenido que deteriorar su alimentación; de 48 % a 80 % incurrieron en alguna forma de privación alimentaria; 31 % ha recurrido a alguna forma de destitución de su base de recursos para poder comprar alimentos; 31 % de los hogares ha tenido que desmembrar el grupo familiar para enviar a los miembros más vulnerables a alimentarse en otro lugar distinto al hogar.
Las tres estrategias registradas más frecuentes: la compra en el mercado negro de alimentos, el trueque y comer en casa de amigos y familiares. Se registraron también estrategias como comer “en la calle”, incluyendo la mención de las sobras de restaurantes y contenedores de basura (8 % hogares), “pedir” comida en la calle y comer con la ayuda de la iglesia (3 % hogares).
Por su parte, la encuesta de condiciones de vida del venezolano, ENCOVI, ha venido señalando que cada vez más las personas se apoyan en alimentos rendidores, calóricamente ricos, una típica estrategia de supervivencia de poblaciones empobrecidas, e igualmente, la población ha adoptado una tendencia a la monodieta, en la que su estrategia es la sobrevivencia, no alimentarse, siendo cada vez más difícil sustituir los alimentos de la dieta básica.
¿Y las frutas y hortalizas?
Cuando se habla de alimentos y lo que la gente debe comer, se piensa primero en proteínas: carnes, lácteos, huevos; luego, cereales: harinas, arroz; y las frutas y hortalizas (F&H) generalmente quedan de último. Resulta que el consumo de F&H es esencial para mejorar la calidad de la dieta de las poblaciones y se consideran factores de protección contra las enfermedades no transmisibles (ENT) además de ser la mejor fuente de micronutrientes.
Hay un amplio consenso sobre los efectos promotores de salud de las FyH como agentes de prevención de enfermedades no transmisibles (ENT), principal causa muerte en todo el mundo, con aproximadamente 80% de ocurrencia países en ingresos bajos y medio (LMICs por sus siglas en inglés).
El World Cancer Research Fund hace 2 tipos de recomendaciones para su ingesta:
- a) Recomendación Personal: “consumir, como mínimo, 5 raciones (mínimo 400g) de una variedad de frutas y hortalizas (peso neto). Esta es la recomendación de la OMS y FAO.
- b) Objetivos de Salud Pública: la media del consumo de la población general de una variedad de frutas y hortalizas debe ser como mínimo de 600g al día (peso neto).
The Lancet publicó un gran estudio: Disponibilidad, asequibilidad y consumo de frutas y verduras en 18 países en todos los niveles de ingresos: hallazgos del estudio de prospectiva de epidemiología rural urbana (PURE).
El objetivo del mismo era documentar el costo de disponibilidad de frutas y verduras en tiendas de comestibles y mercados de la comunidad, y su asequibilidad en 18 países con diferentes niveles de ingresos, de modo de estudiar si se podía cumplir con las pautas dietarias para su consumo y relacionar este último con la asequibilidad.
Los investigadores evaluaron el consumo de F&H, documentaron los datos de ingresos de los hogares de los participantes en estas comunidades, la diversidad y los precios de venta de las F&H de las tiendas de comestibles y de los mercados, y determinaron su costo en relación con el ingreso por miembro del hogar. El período estudiado fue entre el 1 de enero de 2009 y el 31 de diciembre de 2013.
El consumo diario promedio fue de 2,14 porciones en países de bajos ingresos (LIC), 3,17 porciones en países de ingresos medios bajos (LMIC), 4 ,31 porciones en países de ingresos medianos altos (UMIC), y 5,42 porciones en países de ingresos altos (HIC).
En 130.402 participantes con datos de ingresos familiares disponibles, el costo de dos porciones de frutas y tres porciones de verduras por día por individuo representó 51,97% del ingreso familiar en los LIC, 18,10% en LMIC, 15,87% en UMIC, y 1,85% en HIC.
En todas las regiones, se requirió un mayor porcentaje de ingresos para cumplir con las pautas dietarias en áreas rurales que en áreas urbanas. El consumo de F&V entre los individuos disminuyó a medida que aumentaba el costo relativo.
Las grandes conclusiones fueron que el consumo de frutas y hortalizas es bajo en todo el mundo, especialmente en LIC, lo que se asocia con una baja asequibilidad.
Algo muy impactante que se infiere del estudio y que se aplica en investigaciones recientes, es que si los F&H no están disponibles ni son asequibles, la educación por sí sola será inadecuada y no será suficiente para aumentar el consumo.
Esto es muy triste. Malas noticias para la promoción de F&H en Venezuela.
No sabemos si un estudio de esta naturaleza sería posible en Venezuela, sobre todo en este particular estado de hiperinflación. Basta citar una primera plana y artículo periodístico reciente:
Alcanzó al sueldo mínimo. Bs. S 1.800 (Bs. 180.000.000) vale un kilo de pimentón en el Mercado Guaicaipuro este 15 de noviembre de 2018. Está 54% más costoso que hace dos semanas. En un mes, el valor del vegetal se triplicó. Solía costar Bs.S 558 (Bs. 55.800.000), lo que implica un porcentaje de aumento de 223%. Aunque el pimentón continúa en el tope de las hortalizas más costosas, no es el alimento que aumentó más su valor. El céleri encabeza la lista en términos de porcentajes. El kilo cuesta casi once veces más que hace dos semanas. Está a Bs.S 1.300 (Bs. 130.000.000). En un mes, el incremento fue de 1.525%.
Estos comportamientos son anómalos, pero lamentablemente reales en nuestro país.
Las repercusiones de este “shock de precios” de todos los alimentos pero particularmente de la F&H serán muy serias en la población. Bien podría aplicársele el título de un formidable artículo publicado en SIGHT AND LIFE Magazine: Nutrición en la tormenta perfecta: por qué la desnutrición de micronutrientes será una consecuencia generalizada de los altos precios de los alimentos.
María Soledad Tapia
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